La movilización fue tan impresionante que abrió una crisis política en el gobierno.
Se trata de la manifestación pro-palestina más grande de la historia de ese país, repleta de jóvenes y trabajadores, algunos de ellos que viajaron incluso desde muy lejos para participar. La acción fue multitudinaria a pesar de que los dos grandes partidos políticos del país -el Conservador y el Laborista- se opusieron a la manifestación.
Pero la crisis se desató luego de que la ministra del interior, Suella Braverman, publicara un artículo en el diario The Times cuestionando que la policía de Londres no haya prohibido la manifestación, a la que llamó «turba pro palestina», mientras sugirió una menor indulgencia hacia «otros grupos», una referencia velada hacia las manifestaciones de grupos de la ultraderecha.
Braverman es una figura del ala derecha de los conservadores, cuyo perfil político se construyó principalmente alrededor de sus propuestas deshumanizantes hacia los inmigrantes, como proponer que se vayan a vivir como refugiados a un barco o deportarlos directamente hacia Ruanda.
En la previa, Braverman ya se había sumado al coro de conservadores que condenaron la convocatoria, a la que llamó una «marcha de odio». Sin embargo y a pesar de la masiva concurrencia, la movilización se desarrolló de manera pacífica. Al contrario, los «disturbios» fueron protagonizados por un pequeño pero violento grupo de ultraderecha que convocó una «contra marcha» de escaso éxito, pero con manifestaciones violentas.
Tras la histórica magnitud que tomó la marcha en solidaridad con los palestinos, el Primer Ministro conservador Rishi Sunak no tuvo más opción que despedir a Braverman -que es la segunda vez que la despiden de ese mismo cargo- y reorganizar su gabinete. Como parte de esa reconfiguración regresó de manera sorpresiva al gobierno como ministro de relaciones exteriores el ex premier David Cameron.
Está claro que Sunak -alineado al 100% con los EE.UU. en su apoyo a Israel- no despide a Braverman por apoyar la movilización en apoyo al pueblo palestino, sino solamente por estar acorralado luego de la inmensa adhesión y solidaridad popular del pueblo británico.
Párrafo aparte para la debacle reaccionaria del Partido Laborista, que no sólo se opuso a la movilización sino que tiene básicamente la misma posición que sus supuestos «rivales» Conservadores, negándose a llamar a un alto al fuego, apoyando el «derecho a la autodefensa de Israel» y alineándose sin matices con la cínica e hipócrita propuesta de la Casa Blanca de establecer «pausas humanitarias».
Esta deriva del laborismo está produciendo también numerosos elementos de crisis interna, reflejada en los más de 30 concejales de distintas ciudades de importante composición musulmana que rompieron con su partido y continúan en su banca como independientes por su política pro-genocida en relación a Palestina, en algunas casos con renuncias en grupo.