La idea es reconstruir lo ocurrido durante todo el 2023. Durante meses hemos vivido una “montaña rusa” de sensaciones, aspirada por la campaña electoral en un contexto de crisis social inédita y en ausencia de la lucha de clases (ha habido muy pocas luchas nacionales en el año).
Lo primero para explicar la montaña rusa de sensaciones es la crisis social. La Argentina, en cierto modo, se ha fragmentado enormemente. Es como que conviven “dos mundos” laborales, sociales e, incluso, educativos. Existen varias argentinas superpuestas, el país perdió homogeneidad y lo del ascenso social al cual se refirió Massa está lejos de la realidad (en esto, paradójicamente, Milei, cuyo papel fue casi de “sicofante”, sin embargo pegó mejor).
La Argentina ha vivido varias crisis sociales en las últimas décadas: la hiperinflacionaria de finales de los años 80, la crisis de híper desocupación de finales de los 90. Ahora estamos al borde de una nueva crisis hiperinflacionaria, con la particularidad de que hay trabajo, más que nada precario.
La desestructuración social ha sido el combustible para la demagogia de Milei. Desestructuración que se enfrenta a la otra mitad del país (por decirlo de manera simplificada), que es orgánica, y que son las y los trabajadores, la juventud y las clases medias progresistas que votarán básicamente por Massa. Allí, Milei no pega o causa aprehensión porque lo que plantea es más desestructuración social –la lógica del “emprendedor” a lo Bolsonaro, individualista, el self made man en la selva del mercado–.
La suma de la fragmentación social extrema, del creciente parasitismo de sectores burgueses, la crisis inflacionaria imparable (sobre todo por falta de divisas), que ha hecho que prácticamente no haya precios a lo largo de meses, es el trasfondo material de la elección; del vértigo que se ha expresado en la misma pasando de un extremo político al otro.
Está claro que sobre una materialidad tan inestable la traducción política y política electoral no puede ser de signo contrario (es decir, estable).
Luego está el vértigo político electoral que se ha vivido estos meses en los cuales, por lo demás, la coyuntura ha estado aspirada por unas elecciones interminables. Es un régimen electoral que es tan inestable que seguramente la burguesía intentará modificarlo en sentido más antidemocrático y reaccionario.
En cierto modo, Milei dominó la “agenda política”, por ponerle un nombre a sus planteos e incoherencias, uno más reaccionario que otro. Y, más allá que intentó mostrarse contenido en el debate, se fue radicalizando en los últimos años, incluyendo en esto la elección de la fascista Villarruel como vicepresidenta.[1]
Ya desde abril o mayo se advertía del peligro de que Milei hiciera sintagma con la crisis inflacionaria creciente. Una crisis con elementos de descomposición económica y social que son la base material de votantes como los de Trump sobre todo. Bolsonaro es más complejo porque tiene esa base social pero también, más claramente que Milei, las clases medias altas que odian al PT –no por lo que es, sino por lo que fue hace muchas décadas.[2]
El golpe de la elección de Milei en las PASO con el 31% de los votos fue enorme. Otros sectores de la izquierda trataron de relativizar el fenómeno abordándolo como un mero “voto de protesta”, pero esta es una superficialidad evidente. Aunque hay una parte de voto bronca ahí, básicamente, el contenido de este voto es reaccionario: el Estado es asociado a cualquier entidad colectiva, lo mismo que la burocracia de los sindicatos. Lo que se ataca, de contenido, es la idea misma de un colectivo (sobre todo, de un colectivo de trabajadores), en defensa de un abordaje reaccionario de la idea de «libertad» (que en sí misma no tiene nada de reaccionaria, obviamente). La lectura de la libertad en el sentido mileísta (como bolsonarista o trumpista) es la del individualismo acérrimo vinculado a la competencia en el mercado y la mercantilización de todo. Los órganos, los océanos, la educación o lo que sea: nada podría escapar a la lógica mercantil. Las personas son reducidas a individuos en el mercado cambiando mercancías, ninguna otra cosa tendría valor alguno.
El triunfo de Milei-Villarruel en las PASO abrió una coyuntura híper reaccionaria. Todavía hay que terminar de dilucidar el domingo si se transformará en una etapa reaccionaria, con una determinada legitimidad reaccionaria más allá de su duración de la misma. La otra opción es que, con el triunfo de Massa, se vuelva a un cierto status-quo más normal, un escenario político electoral corrido a la centro derecha pero no a la extrema derecha. Sobre todo por los condicionamientos a Massa, por su discurso en la última etapa y por el fenómeno democrático y social de las y los trabajadores de votarlo para votar contra Milei (es decir, de usar el voto a Massa como herramienta contra Milei y no como apoyo político a Massa).[3]
La “propuesta” de Milei de dolarización (impracticable a priori por falta de divisas pero que de todas maneras impulsaría un hiperinflación imparable llevando el tipo de cambio a 3000 o 4000 pesos), sumado a sus planteos antinacionales del cierre del BCRA (Milei escabulló en el debate responder sobre estas cuestiones con claridad) y la brega contra las Malvinas y, sobre todo, el cuestionamiento a las conquistas democráticas tras la caída de la dictadura militar (y, sobre todo, la cuasi reivindicación de la dictadura), aspiraron por extrema derecha el debate político de una manera no vista desde 1983. Este fue el segundo elemento de inestabilidad.
De imponerse Milei-Villarruel, lógicamente, tendrán que probar todo lo que dicen en el terreno de la lucha de clases directa (las elecciones son siempre un terreno distorsionado de las relaciones de fuerzas). Pero, de todos modos, introducir en el debate político posiciones tan reaccionarias no características de la vida política argentina de los últimos años es otro elemento de agudo vértigo político e inestabilidad. El intento de magnicidio de Cristina Kirchner, así haya sido hecho por un grupo de marginal, fue en el mismo sentido y significó una vergüenza que, salvo el Nuevo MAS, ninguna otra fuerza de la izquierda se haya movilizado al otro día.[4]
El tercer elemento de inestabilidad política y política electoral fue el derrumbe de Juntos por el Cambio (lo que no significa que vaya a desaparecer de la vida política). Juntos no encontró el “tono” de su oposición al gobierno, siendo que era número puesto –como opositores, precisamente- para ganar la elección. Se dividieron perdiendo las “líneas rojas” del contexto político marcado por el régimen del 83 (que permite claramente girar reaccionariamente y reprimir sin que haga falta salirse de él). Macri fue corrido y corrido por el fenómeno Milei sobre la base de su fracaso presidencial. Buscando radicalizarse, se inclinó por Patricia Bullrich, pero para correrse a derecha extrema ya estaba el propio Milei.
Y no solamente los elementos básicos del consenso del 83 (el dominio del país por parte de la democracia burguesa sin que haya razones valederas del todo para otra cosa[5]), sino también, dejar “desprotegida” a un parte importantísima de la burguesía (la industrial, básicamente, pero se nos escapan otros elementos), la que más valor agrega (valor generado por las y los trabajadores, evidentemente, como señalamos en la campaña electoral con nuestra compañera Manuela Castañeira, de extraordinaria performance).
Bullrich le ganó a Larreta, perdió el centro político y fue absorbida por Milei. Lo demás es conocido y no nos interesa reiterarlo acá: Macri y Bullrich firmaron un –¿aventurero?, se verá el domingo- acuerdo con Javier Milei y dividieron Juntos –aunque tampoco en esta historia hay nada definitivo a pesar de las declaraciones de alto voltaje, se verá después del balotaje.
Parte del vértigo de los acontecimientos superestructurales, absorbidos por una campaña electoral interminable y sobre la base de una dinámica social hiperinflacionaria, es que Massa llegue al balotaje en iguales condiciones que Milei (quizás algo mejor después del debate, pero es imposible saberlo a ciencia cierta: hay que estar preparados para el triunfo de uno u otro y para ser oposición a ambos).
Es decir: luego de una gestión desastrosa de Alberto Fernández, cruzada por haber absorbido y legitimado la deuda impagable de Macri con el FMI (responsabilidad de su gestión y los K por haber hecho esto, aunque ahora Massa despotrique contra el fondo) y por la pandemia (no fue responsabilidad de Alberto, evidentemente, pero fue una conmoción reaccionaria internacional cuyas consecuencias adversas se siguen pagando hasta hoy mundialmente), Massa logró ser competitivo llegando con posibilidades al balotaje. No vamos a repetir acá lo que todo el mundo sabe y esta en otros textos. Pero más allá de haber escondido ex profeso en el debate la crisis económica, el ajuste económico actual y el que viene, y las contrarreformas que también vienen así como el nuevo acuerdo con el fondo, el massismo fue inteligente. Tuvo la percepción de sintonizar con la parte orgánica de la sociedad: desde los empresarios (siempre primero, claro está, en una figura capitalista originaria de la UCEDE, es decir, del liberalismo) hasta las y los trabajadores y los estudiantes. Dentro del desastre que fue Milei, fue más capaz de marcar la crisis en el país, que Massa ignoró, así como la crisis en la educación, que Massa también ignoró. Significativamente, ninguno de los dos contendientes nombró la palabra capitalismo porque, claro está, ambos defienden este sistema bárbaro y decadente. Es decir, Massa contra el individualismo, reivindicó lo colectivo, claro que bajo una forma burguesa hasta la médula (la patria, etc.)
La montaña rusa de sensaciones y giros políticos en medio de la crisis dramática del país y de la ausencia de una mayor lucha de clases (salvo las movilizaciones del movimiento desocupados; actor excluyente de las luchas del último período, al menos en el AMBA), también impactó en la izquierda. Sólo algunos pocos ejemplos: el PO afirmando por la base que “Milei ya había ganado” y ahora que “gana Massa”, o el argumento de que “el 30% de los votantes de izquierda votan a Milei” -confundiendo los votantes de la izquierda que jamás votarían a Milei con gente que ha votado a la izquierda sin serlo, lo cual es completamente distinto (¡también para diferenciar esto hace falta del arte de la dialéctica!). O el PTS presentando a Milei como “un gatito mimoso”, es decir, de espaldas a una mayoría social trabajadora que advirtió, correctamente, que es un peligro, a pesar de que haya cero confianza en el camaleón Massa. Ya señalamos en otro texto que no se entiende por qué, entonces, el PTS sacó esos horribles carteles negros (oscurecidos) con la consigna incomprensible de “ni cómplices ni sometidos” cuando se podía decir cosas mucho menos rebuscadas y claras… (¿será que también como el PO trataban de debatir con los votantes de Milei?).
Acá hay algo más profundo que no logran entender las corrientes: hay una franja de la sociedad que giró a la derecha, con ella no vale el “diálogo”; lo que hace falta es una lucha de clases incrementada que la haga girar para el otro lado (excluimos a los sectores burgueses, evidentemente, y al componente lumpen).
Lógicamente, habrá que ver el resultado del balotaje del próximo domingo para sacar conclusiones del vértigo electoral, político y social del año. Tomándolo como una unidad, de manera distorsionada (incluso laberíntica) se están expresando –sin mayor lucha de clases- unas determinadas relaciones de fuerzas, que pueden ser forzadas electoralmente o luego se dirimirán en la lucha de clases directa. O ambas cosas a la vez, lo que no quiere decir simultáneamente (cuestión que no se puede anticipar antes del 19/11).
La burguesía quería un gobierno opositor de Juntos. Pero ahora se está dividiendo alrededor de Milei y muchos sectores apoyando por lo bajo –o por lo alto- a Massa por el temor que genera sus inciertas propuestas económico para el marco regulatorio del capitalismo argentino (ahí estuvo pícaro Massa cuando le recordó a Milei que el comercio exclusivo entre privados no existe: que hay un marco regulatorio que es interestatal).
¿Qué tipo de gobiernos podríamos enfrentar luego del balotaje? En el caso de imponerse Milei, se trataría de un gobierno de extrema derecha con el problema que sería, a priori, minoritario en la burguesía. Habrá que prestar mucha más atención a los hechos que las palabras, más allá que arrancaría con una legitimidad reaccionaria que sin duda impactará en la sociedad. Pero hay que reafirmar el alerta con un ejercicio de relativización: muchas de sus propuestas lucen inviables en el marco de las relaciones de fuerzas existentes y se podría ir a un choque social de magnitud inédita más temprano que tarde.
Y esto que decimos, en dos planos: a) en el terreno democrático muchísimos sectores burgueses, instituciones, etc., están manifestándose en “defensa de la democracia” (de ricos: ¡este adjetivo es clave porque el propio régimen deja correr a Milei y arbitró todo el año bien hacia la derecha!). Por nuestra parte lo que defendemos no es el régimen como tal (salvo que esté cuestionado desde el bonapartismo o una dictadura aunque siempre en la perspectiva de superarlo por la izquierda hacia una dictadura proletaria), sino lo que se llama “los elementos de democracia obrera en el marco de la democracia burguesa” (Trotsky), o, más llanamente, las libertades democráticas y los derechos de organización de los explotados y oprimidos.
b) En el terreno económico y social hay cuestiones que son de importancia para un país dependiente (algo que también debemos tutelar desde la izquierda revolucionaria). Por ejemplo: que el país tenga moneda nacional propia como un elemento de proteccionismo económico del mercado mundial (¡por eso en nuestra campaña encabezada valientemente por Manuela Castañeira planteamos lo del salario mínimo de 500.000$ en pesos!) y un BCRA que la administre, aunque nuestro planteo es que toda la banca y el comercio exterior deben ser nacionalizados y puestos bajo el control de los trabajadores.
La dolarización de Milei y el ataque a las libertades democráticas plantearían dos cosas. Primero, una hiperinflación a la potenciada. Segundo, un cuestionamiento al régimen democrático burgués, que por más mellado que esté y por más represión creciente que esté aplicando persiguiendo a los luchadores, da un marco a defender para la lucha social.
Un gobierno minoritario encabezado por un demagogo irresponsable como Milei y un sector también minoritario de la patronal, iría casi irreversiblemente a un choque social de magnitud (pero a esto no se puede jugar, ese choque puede ocurrir o no; el marxismo revolucionario no tiene como premisa “cuanto pero, mejor”, amén que, a priori, al menos de momento, la coyuntura está desbordándose por derecha y no por la izquierda).
Por su parte, un gobierno de Sergio Massa tendría una base de clases mayor y al ser, básicamente, sobre la base de la manutención del status quo, podría plantear un escenario más “estable”. Sin embargo, existe acá una contradicción marcante que hace de su eventual gobierno un gobierno de crisis: su brega en la campaña electoral fue para el otro lado del ajuste y las contrarreformas que vienen. Aunque la mayoría lo vota a él para votar contra Milei no porque les guste Massa (insistimos, de todos modos, que llamarlo al voto crítico nos parece un error que le cede demasiado la cancha a Massa, así como igualar a Milei y Massa en la táctica de voto es un despropósito de igualar políticamente lo inigualable), eso lo condicionará de alguna manera por no hablar de que a la vuelta del balotaje se viene –ya desde el vamos- una nueva devaluación del tipo de cambio oficial, es decir, un nuevo ajuste aplicado por el massismo si accede a la presidencia.
Pero al expresar laberínticamente otras relaciones de fuerzas, eso también sería un límite a Massa. De ahí, repetimos, el despropósito de igualar Milei y Massa. Es decir, de igualar en la política y el análisis y no sólo en la táctica, lo que no es igualable: un gobierno de extrema derecha que puede cuestionar libertades democráticas y conquistas sociales elementales, por un lado, y un gobierno de “unidad nacional”, que todavía habrá que ver cómo se conforma y que viene a aplicar un durísimo ajuste y que seguramente será reaccionaria pero que nacerá más condicionado, por el otro.
Es delirante, pero es difícil ver más allá del domingo que viene porque la dinámica que se abriría en un escenario u otro es muy diferente. De cualquier manera, sea cuál sea el caso, la crisis económica y las relaciones de fuerzas le “marcarán la cancha” a cualquier gobierno que venga, por lo que hay que prepararse para una lucha de clases incrementada.
[1] Una tipa con mucho carácter que de joven visitaba en la cárcel nada más y nada menos que a Videla y que viene de familia militar que se siente humillada por la caída de la dictadura militar. Ese trasfondo explica su carácter y posiciones.
[2] Obvio que en un sentido similar, los mileidistas odian al peronismo aunque el peronismo no tiene nada que ver con el PT. Su origen no fue el de un partido obrero reformista –hasta la médula- sino la de un movimiento nacionalista burgués bonapartista.
[3] En un olvido completo de la dialéctica un autor del Partido Obrero en su página web aborda mecánicamente el voto a Massa como si fuera un voto a favor de Massa no entendiendo nada del fenómeno en curso: la elección por parte de muchos trabajadores y de la juventud estudiantil del enemigo a enfrentar.
[4] Varios de los integrantes del FITU parecen creer que en ningún escenario los regímenes políticos pueden ser cuestionados por derecha, por ejemplo camino a regímenes bonapartistas.
[5] Amén que eso corrió del medio a los radicales, que se atribuyen falsamente como parte de su identidad política (¡cuando siempre fueron golpistas en la historia anterior!) la “conquista de la democracia” y reivindican a Raúl Alfonsín.