En estos discursos siempre encontramos dos partes. Primero, la demonización de las víctimas del genocidio y, por otro lado, la justificación con una supuesta superioridad de los perpetradores con el objetivo de legitimar sus acciones. Así, asistimos a la creación de una moral genocida destinada a calmar la conciencia de los asesinos.
De este modo, por ejemplo, los nazis afirmaban ser de una raza superior que tenía la obligación moral de salvar la pureza de la raza frente a las perversiones de las supuestas razas inferiores. De igual manera en la última dictadura argentina los militares se veían como los defensores de la moral, la familia y los “valores nacionales” amenazados por los subversivos quienes defendían los intereses extranjeros y apátridas del marxismo internacional.
El actual genocidio llevado adelante por el Estado de Israel contra el pueblo palestino no es la excepción. En una nota anterior, publicada en este mismo medio, abordamos el intento discursivo por demonizar a la población palestina. En este caso, nos dedicaremos ahora a abordar la segunda cara de este discurso impulsado por el Estado israelí.
Entre los puntos centrales de esta operación de propaganda podemos encontrar la idea de Israel cómo la única democracia de Medio Oriente, la idea de que Israel representa a un pueblo históricamente oprimido cómo lo es el pueblo judío y la idea de un supuesto carácter moral de las Fuerzas de Defensa Israelíes (así se llama el ejército de Israel), entre muchas otras.
Así, este discurso es visible en las declaraciones de los principales portavoces, funcionarios y medios de Israel, pero, así como los residuos cloacales de las fábricas son vertidos a los ríos para que fluyan por ellos, el Estado israelí vierte su discurso racista y genocida para que fluya a nivel internacional por los medios, las redes y los gobiernos amigos buscando así confundir a la opinión pública mundial para poder continuar con su política genocida contra la población de Gaza y Cisjordania.
Israel cómo representación del pueblo judío
Uno de los elementos centrales de este discurso de propaganda sería la idea de que Israel representa al pueblo judío. Es decir, a un pueblo históricamente oprimido y que luego de la barbarie del Holocausto por fin habría logrado conseguir su propia tierra y cómo tal tendría el derecho a defenderla. A su vez, este argumento trae aparejada la idea de que cualquier crítica al Estado israelí y su política genocida contra el pueblo palestino sería una clara demostración de antisemitismo, un ataque al pueblo judío como un todo. Incluso se llega al extremo de comparar las críticas o las acciones de resistencia palestina con el Holocausto.
Así, por citar ejemplo, podemos tomar el caso de la respuesta de la Liga Antidifamación, una organización sionista proisraelí, al presidente de Colombia Gustavo Petro. Aquí, frente a las críticas del mandatario, desde la Liga afirmaron lo siguiente “Presidente @gustavopetro: Lo que usted está diciendo es un insulto a los seis millones de víctimas del Holocausto y al pueblo judío. Sus comentarios aquí y los demás en su página ignoran por completo los cientos de muertos y secuestrados durante el ataque asesino de Hamas contra civiles israelíes. Esta publicación es una vergüenza para usted y su país. Un líder mundial debería hacerlo mejor”.
Sin embargo, estos argumentos son una gran mentira por diversas razones. Por empezar, es necesario señalar que Israel es un Estado y por ende al criticar sus políticas se está criticando eso y nada más que eso, se critica una política y no a todo un pueblo. A su vez, no es cierto que el Estado israelí represente al pueblo judío en su conjunto y esto podemos verlo claramente en la gran presencia de judíos en las manifestaciones que se dieron a lo largo del mundo en contra la política genocida israelí en donde abundan carteles con consignas cómo “no en nuestro nombre”. Se ha visto incluso la participación de rabinos en diversas marchas o manifestaciones de ciudadanos israelíes en contra del genocidio en curso. Una de las acciones más visibles a nivel ha sido la concentración dentro del Capitolio estadounidense organizada por organizaciones judías para exigir un alto al fuego.
Por último, también asistimos a un uso constante del Holocausto en la propaganda israelí. Debemos empezar por la afirmación básica de que no se puede (ni se debe) usar un genocidio para justificar otro. Nos encontramos frene a un uso político y perverso de una las mayores muestras de barbarie del siglo pasado con el único objetivo de justificar la barbarie israelí en el presente siglo. Esto es algo que ha sido estudiado por académico judío estadounidense Norman Finkelstein, quien afirma lo siguiente:
“el Holocausto ha demostrado ser un arma ideológica indispensable. El despliegue del Holocausto ha permitido que una de las potencias militares más temibles del mundo, con un espantoso historial en el campo de los derechos humanos, se haya convertido a sí misma en Estado «víctima» (…) Esta engañosa victimización produce considerables dividendos; en concreto, la inmunidad a la crítica, aun cuando esté más que justificada.”
Tenemos la obligación de dejar claro que Israel no representa a la totalidad del pueblo judío, sino que es un Estado como cualquier otro, y que es repudiado por buena parte de la comunidad judía a nivel nacional e internacional. De esta forma, no pueden aceptarse las acusaciones de antisemitismo para quienes critican su política genocida y debemos rechazarlas como lo que son, provocaciones del sionismo.
«La única democracia de Medio Oriente»
Otro de los elementos que encontramos en el discurso de la propaganda israelí es el hecho de que dicho país sería la única democracia de Medio Oriente. Así, por ejemplo, la embajadora de Israel en Gran Bretaña, en el marco de una entrevista televisiva, podía afirmar (mientras intentaba justificar el ataque con misiles al hospital al-Ahli), “¡¿Le parece más confiable la propaganda de Hamas que la de un país democrático?!”.
Una afirmación similar hizo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para justificar un masivo envió de armas a Israel (y también a Ucrania), “Hamas y Putin son amenazas diferentes, pero tienen algo en común: ambos quieren aniquilar por completo una democracia vecina”. En un mismo sentido escuchamos las siguientes declaraciones en una entrevista de cadena de 3 (medio cordobés) en los marcos de una entrevista a un médico israelí: “Es una guerra entre un país democrático y el terrorismo, no entre dos países.” Aquí, podemos sumar a los periodistas e intelectuales amigos, que han volcado ríos de tinta para defender lo indefendible, como la nota de Washington Abdala recientemente publicada en Infobae: “[Israel] No es un pueblo agresivo, solo quiere tener derecho a lo que tienen otros pueblos: tierra, valores comunes y poderes electos por el pueblo. Son la única democracia de ese barrio. El resto son lo que son. No se matan mujeres por serlo, no se matan homosexuales por serlo, digo porque todos los que levantan la voz fuerte hoy, saben que en esa región todo eso está mal, muy mal.”
Así, todas las críticas a Israel serían un ataque a la democracia, y todos los ataques de Israel al pueblo palestino son planteados cómo la defensa de una pobre e inocente democracia amenazada por las monarquías, dictaduras y organizaciones terroristas de los malvados árabes. De esta forma se busca justificar a la política genocida de Israel y justificar el apoyo exterior a estas políticas como una supuesta y legítima defensa de la democracia.
Sin embargo, estos argumentos son de un gran cinismo y perversidad. Por empezar, incluso si tomamos una definición liberal de la democracia, como referida por la presidenta de la UNESCO el 15 de septiembre, puede decirse que un gobierno democrático se basa en la “dignidad, igualdad y respeto de la persona humana”. De esta forma, incluso partiendo de esta definición, podemos decir que Israel claramente no encaja con lo definido. Esto es así porque dicho Estado sienta sus bases sobre una política racista y de apartheid contra la población palestina que se encuentra reducida a vivir en condiciones infrahumanas, como la población de Gaza, cuyas condiciones de vida no tienen nada que envidiarles a las de los judíos del Gueto de Varsovia durante la ocupación nazi. A su vez, la política estatal israelí se basa en la violación constante de los derechos humanos de la población palestina. De este modo, todos los años asistimos a grandes cifras de niños y adolescentes asesinado por las fuerzas de seguridad israelíes, a vejámenes constantes, a detenciones arbitrarias, etc.
A lo anterior se suman las actuales medidas del régimen sionista que han incluido un cercenamiento liso y llano de la libertad de expresión que incluye el cierre anunciado de todos los medios presentes en Israel que denuncien las políticas genocidas de Estado. Al parecer uno de los primeros medios en censurar sería el multimedio árabe Al-Jazeera. Son acciones lisa y llanamente incompatibles con una democracia.
Israel tiene su génesis en la opresión contra el pueblo palestino. Un Estado que de forma consciente y sistemática oprime y viola los derechos humanos de otro pueblo no puede bajo ningún sentido considerarse cómo una democracia y por ende la defensa de su política genocida no se encuentra realmente justificada sobre la base de una supuesta defensa de la democracia.
El supuesto carácter moral de las FDI
Por otro lado, otro de los argumentos de los sionistas son los de un supuesto carácter moral de las Fuerzas de Defensa Israelíes, supuestamente respetuosas de los derechos de los palestinos y que, a diferencia de los malvados terroristas palestinos, nunca pondrían cómo objetivo a la población civil. Esto va acompañado de la idea de que cada vez que se registran bombardeos a la población civil, a hospitales, a iglesias, etc. seria por culpa del terrorismo palestino que usa a la población cómo rehenes o escudos humanos. Así, en ocasiones llegamos al absurdo de escuchar a periodistas o a los voceros de Israel recalcar este carácter moral afirmando que antes de bombardear casas de civiles tiran bombas más pequeñas para avisar a la población.
Sin embargo, todo esto es una gran mentira. Desde siempre las FDI vienen atacando objetivos civiles y acosando a la población palestina. Esto se vuelve más claro cuando analizamos su accionar en las últimas semanas. Aquí, un primer hecho es que los principales objetivos de los ataques aéreos han sido viviendas, hospitales, escuelas e infraestructura necesaria para garantizar condiciones mínimas para la vida de los palestinos tales como puertos, rutas, e incluso el mismo paso fronterizo de Rafah por donde no dejan entrar la ayuda humanitaria. A su vez, si analizamos los números de las víctimas, de entre los 5.000 palestinos y palestinas asesinados nos encontramos con que aproximadamente 1.500 son niños. Podemos nombrar muchos más casos que refutan este invento cínico de la propaganda israelí, como el bombardeo al hospital de al-Ahli donde asesinaron a cerca de 500 personas.
Todos los hechos nombrados anteriormente constituyen verdaderos crímenes de guerra y echan por tierra el argumento mentiroso de este supuesto carácter moral de las FDI
Palabras finales
No se puede y no se debe justificar un genocidio. Las acciones del Estado de Israel constituyen actos de barbarie sistemática y un verdadero crimen no solo contra el pueblo palestino sino contra toda la humanidad. La propaganda israelí vomita de forma constante las más diversas aberraciones discursivas en su intento descarado de confundir a la opinión pública mundial y llevar a cabo un genocidio. No podemos ni debemos dejar argumento sin respuesta, es necesario desmentir a ese gran aparato comunicacional armado por Israel y sus aliados, y ante todo es necesaria la más amplia solidaridad en las calles para frenar esta masacre inhumana.