Como ya es usual, el evento es una oportunidad magnífica para los candidatos de la derecha, prácticamente una vidriera para venderse como la mejor opción para cuidar sus intereses y mostrar quien está en mejor situación para descargar la crisis sobre los trabajadores. Fenómeno maximizado por la inminente elección presidencial. El oficialismo también estuvo presente, aunque no de la mano de su candidato, Sergio Massa, sino del presidente Alberto Fernández, quien ensayó un intento de defensa de su gestión y dio algunas definiciones sobre el futuro, aunque sin nombrar explícitamente a su ministro de Economía.
La estrella del coloquio fue Patricia Bullrich, mientras que Javier Milei intentó una especie de encuentro ‘paralelo’ como queriendo mostrar cierta capacidad propia de convocatoria, aunque con relativos resultados. La tónica común fue la de siempre, en la que los candidatos se pelean por lograr ser el más pro-empresarial posible, pero exacerbado por el clima electoral en medio de la aguda crisis.
Bullrich, como pez en el agua entre los grandes empresarios
La que sin duda fue la «estrella» del evento fue la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, que disertó frente a unos 800 empresarios en el evento. Con terreno allanado tras la ausencia de sus dos principales contrincantes, Bullrich aprovechó para hacer lo que mejor sabe: presentarse como la representante sin matices de los intereses empresariales.
Sus propuestas giraron en el ya gastado repertorio de la derecha neoliberal en nuestro país: bajar el gasto público (más ajuste), reducir la planta de empleados estatales (despidos masivos) y eliminar el cepo cambiario (megadevaluación).
Pero las manos de los CEOs realmente se esforzaron en hacer sentir sus aplausos cuando presentó su proyecto estelar: una reforma laboral profundamente antiobrera (que esta semana dijo que aplicará por decreto de ser necesario) que como primera medida inmediata incluya bajar el costo de las indemnizaciones en por lo menos un 60%. Es decir que una de sus primeras medidas como presidenta será dar vía libre a una masiva oleada de despidos en este contexto de crisis económica, como puntapié a una reforma laboral que deje sin derecho alguno a los trabajadores.
Sin duda, fue lo que los empresarios fueron a escuchar: medidas que le signifiquen beneficios inmediatos, aquí y ahora, sumado a cambios estructurales que le garanticen aun más abultadas ganancias a costa de una mayor explotación de la clase trabajadora, todo adornado detrás de un discurso edulcorado sobre el «crecimiento». Según el macrista diario La Nación, para los empresarios estas propuestas fueron «música para sus oídos».
Claro que no faltaron las clásicas victimizaciones empresariales, que si uno se las toma en serio los deja parados prácticamente como los que peor la están pasando en medio de la crisis: el discurso ya repetido hasta el hartazgo de estar «ahogado de impuestos» y «regulaciones», eufemismos con los que buscan maximizar sus ganancias sin dejar ni un peso para el país ni para las condiciones de vida de las mayorías.
Milei y las miradas de reojo empresariales
Milei fue el otro protagonista de la jornada, aunque brilló más bien por su ausencia: a pesar de estar invitado, prefirió armar su propio encuentro con un número más reducido de empresarios en un lujoso restaurant-terraza de la ciudad. Por un lado, Milei sabe que la verdadera candidata de los empresarios es Bullrich y no él, por lo que prefirió armar algo propio antes que ir a jugar «de visitante» a compartir escenario con Bullrich. Por otro lado, buscó subirse el precio, mostrándose capaz de organizar a un sector del empresariado exclusivamente alrededor suyo. Su éxito fue bastante relativo.
Que la candidata «oficial» del empresariado sea Bullrich no tiene que ver con que no se sientan representado con el programa ultra-neoliberal del Milei, todo lo contrario. Sin embargo, prefieren a alguien que le garantice un programa similar y que al mismo tiempo evite que todo vuele por los aires. Por eso ven con mejores ojos a Bullrich aunque, claro, hoy es la que está en una situación más complicada para entrar a un balotaje.
Volviendo a Milei, su «contracumbre» de IDEA no llegó ni cerca a ser tal. Reunió a unos 50 hombres de negocios (aunque de empresas muy importantes) y dio un breve discurso de media hora en la que repitió lo que ya son lugares comunes, sin ofrecer ninguna novedad ni precisar como se instrumentarán las medidas que tomará su gobierno cuando asuma.
Habló de eliminar el banco central (aunque no de dolarizar…), del «régimen socialista instaurado desde la época de Hipólito Yrigoyen», volvió a repetir la ridiculez de la «Argentina potencia» a principios del siglo pasado, de que los impuestos son un robo, y un largo y conocido etcétera que resultó un bodrio hasta para quienes se acercaron voluntariamente a escucharlo, según relatan los cronistas presentes.
No respondió preguntas ni estableció diálogo: terminó su discurso y se retiró del lugar. La incomodidad de Milei en ese ambiente puede parecer paradójica (es quien propugna un programa más salvajemente proempresarial) pero tiene sentido: el empresariado local podrá ser muchas cosas, pero si hay algo que no tienen es un pelo de tontos. Saben muy bien que para llevar adelante todas esas reformas reaccionarias el próximo presidente va a requerir de mucho más que discursos demagógicos y gritos descontrolados frente a una cámara de TV. Aunque una propuesta tan reaccionaria como la de Milei los seduce, los empresarios no dejan de mirarlo de reojo. Quieren ajuste y contrarreformas, pero más quieren evitar cualquier tipo de desborde social que ponga en riesgo sus negocios.
Fernández y el camino de la unidad nacional
Como era demasiado papelón que no vaya ni un representante del oficialismo, lo mandaron a Alberto Fernández, quien por estos meses de retiro anda sin mucho que hacer. El presidente saliente ensayó una especie de tibia reivindicación de su gobierno, mientras trató de darle algo de aire a la campaña de Massa de llevar adelante un gobierno de unidad nacional, aunque ni siquiera lo nombró. Las heridas siguen abiertas en el frente oficialista.
Incapaz de mostrar algún resultado positivo desde lo económico, Fernández resaltó que terminará su gobierno «sin una denuncia por corrupción» y volvió a resaltar la gestión de la pandemia y el ingreso a los BRICS.
Pero las definiciones más importantes las dio pensando en el futuro, teniendo en cuenta el auditorio al que se dirigía: hizo hincapié en la necesidad de un «gobierno de unidad nacional» y en la necesidad de «ponernos de acuerdo en cosas básicas» y destacó como ítems la minería y la producción de alimentos, una ya clásica reivindicación del atraso económico del país y de los planes extractivistas.
Quizás el punto más interesante es el que dio refiriéndose de manera llamativa a la justicia social: intentado hacer un claro contrapunto con Milei (para quien «la justicia social es un robo») destacó a la «justicia social» no alguna forma de garantizar derechos sino como manera de «evitar conflictos». Una alusión muy reveladora frente a un auditorio de empresarios.