Entre los dilemas y el abismo

Después del resultado de las PASO, todos los indicadores prospectivos de la política económica a implementarse bajo el próximo gobierno parecen alinearse en el mismo sentido: hacia la derecha, las contrarreformas pro mercado y el ataque a las condiciones de vida y salario de los trabajadores y los sectores populares. No se trata sólo de Milei y su desembozada declaración de guerra santa contra la clase obrera y sus conquistas, o de la salida al ruedo de Melconian con su promesa de un plan a lo Milei, pero posible; hasta el propio candidato peronista (?) y “antineoliberal” (??) Sergio Massa se ha sumado al concurso de “¿Quién quiere ser más fondomonetarista que el FMI?” con su flamante Presupuesto 2024 y su premisa de déficit fiscal cero. Recordamos a jóvenes y a desmemoriados que el último ministro de Economía argentino en ejercicio que prometió resolver los desarreglos fiscales y la presión cambiaria con déficit cero fue Domingo Felipe Cavallo. En 2001.
Pero si los tres candidatos presidenciales con chances de ganar sólo parecen distinguirse en el grado de profundidad, brutalidad y celeridad de la implementación de una contrarreforma neoliberal en regla, ¿por qué no hay nada parecido al entusiasmo en la burguesía argentina? ¿Por qué el clima que se respira en los últimamente frecuentes foros organizados por la clase capitalista para escuchar las bondades de las propuestas de “sus” candidatos no es de euforia sino de la más honda preocupación? ¿Por qué, contra lo que es la práctica habitual del empresariado local, nadie se anima a ir gastando a cuenta de las vacas gordas que deberían venir cuando asuma el gobierno alguien que promueve lo más deseado de su agenda estratégica?
Porque hay inquietud. Incertidumbre. Incluso temor. Porque una cosa son las elecciones –que tienen su propia lógica, a veces disparatada y posmoderna– y otra son los posibles escenarios político-sociales que habrá de enfrentar el próximo gobierno. Lo que los marxistas llamamos lucha de clases. Allí, todo lo que en el terreno electoral son apuestas más o menos seguras se convierte en una moneda al aire.
Lo que queda afuera de las encuestas de voto son las dos mayores incógnitas que nadie (empezando por los candidatos y sus equipos) sabe cómo se resolverán: por un lado, la sostenibilidad de una economía al borde de la hiperinflación, el default o ambas cosas; por el otro, la gobernabilidad política de un país amenazado por una catástrofe social a la que se puede llegar tanto por decisión voluntaria como por simple decantación y falta de resolución de los problemas.
Y aquí es donde asoman las paradojas que asustan a la clase dominante: Javier Milei, el candidato que propone medidas más radicalmente procapitalistas para la economía, es el menos preparado para (y aparentemente el menos preocupado por) la gobernabilidad; Sergio Massa, el candidato oficialista, ofrece “experiencia” y el aparato peronista político y sindical para contener eventuales estallidos sociales, pero es su falta de respuestas serias en el terreno económico la que ha dejado al país al borde del derrumbe; y finalmente, Patricia Bullrich es la candidata del espacio político que, aunque es relativamente el más orgánico de la clase capitalista argentina, viene de un doble fracaso, económico y político, en su última gestión, y no puede representar ninguna garantía en ese sentido. Para colmo, Bullrich titubea entre ser una versión “viable” de Milei y vender una capacidad de gobernabilidad y de gestión que nunca estuvo en sus alforjas.
De ahí que con los datos de hoy –y sólo de hoy, porque más que nunca todo puede cambiar no en semanas sino en días–, se daría otro escenario paradójico en lo electoral: Juntos por el Cambio, que creía tener la vaca tan atada que sus dirigentes asumían que la interna Bullrich-Larreta era casi un mano a mano por la presidencia, estaría quedando afuera de la segunda vuelta. Un eventual ballottage Milei-Massa (ni hablar de una hoy improbable pero no descartable victoria de Milei en primera vuelta) no es en absoluto lo que tenía en mente el empresariado argentino hace tres meses, mucho menos hace un año. Así las cosas, no extraña que vean poco y nada para festejar. Al respecto, veremos ahora las diferencias entre lo que los candidatos dicen, lo que hacen ahora y, sobre todo, lo que podrían llegar a hacer en el contexto de una crisis galopante que sólo apunta a profundizarse.

Balada para un loco: “Vení, volá, vení”

Como dice la vieja expresión, en la campaña de Milei lo único constante ha sido el cambio. Las idas y venidas no tienen fin en todos los temas importantes, empezando por el que se suponía iba a ser el eje de campaña: la dolarización. Al principio, el candidato liberfacho se aferraba a su idea con la misma tozudez, y la misma racionalidad, de un terraplanista. Pero lo que no pudieron los argumentos de economistas y políticos de todas las vertientes –en especial, curiosamente, de la derecha– lo resolvió uno de los miembros de su equipo, Darío Epstein, quien afirmó súbitamente en público que la Tierra es esférica, es decir, que –citamos textualmente– “no se puede dolarizar sin dólares”. En cinco palabras se acabó el verso. Lo demás fueron explicaciones y excusas del estilo “no es para ahora”, “se hará cuando se pueda”, “queda para el segundo mandato” (!?) y así por el estilo. En cuanto a la afirmación del verdadero mentor de la dolarización, el ex funcionario menemista Emilio Ocampo, de que los dólares necesarios vendrían de que “los argentinos” repatriarían sus milmillonarias tenencias en divisas en pleno arrebato de pasión por las ideas de Milei, hay que tomarla como una muestra más del nivel de enajenación del elenco liberfacho.[1] En resumen: dolarización, no.
Suerte análoga corrieron las privatizaciones inmediatas de todo lo estatal, la implementación de vouchers escolares y en general casi todo lo que se propuso en campaña desde el día uno. Otros miembros del equipo o de las listas se dedican luego a relativizar la cosa con sonrisas cómplices, como dando a entender que “él es así, entiéndanlo”. Según con quién hable y qué humor tenga, Milei luego a) vuelve a la carga, b) sostiene que nunca dijo y propuso lo que siempre propuso y dijo, o c) cambia de tema.
Tan groseras son estas sucesiones de lanzamientos de bombas y retrocesos en chancletas que por primera vez se usa el llamado “teorema de Baglini” para burlarse de la derecha. Recordamos: un senador de la UCR de los años 80, Raúl Baglini, decía que cuanto más cerca estaba un candidato de la posibilidad de llegar al poder, más se moderaban sus propuestas. Por alguna razón que se nos escapa, esta trivialidad adquirió estatus de elevada teoría política y fue bautizada “teorema de Baglini”, casi siempre para sacudirle a candidaturas progres que, como era de esperar, al llegar al gobierno le pasaban lavandina a su ya muy rosadito programa. Ahora, como es justicia, le pasan la factura a un ultraderechista agarrado del pincel y parado sobre un pan de jabón.
Lo propio sucede en el terreno de la política exterior: las amenazas de pelearse con Brasil y China, los dos principales socios comerciales de Argentina, porque son “comunistas”, aunque luego fueron bajadas de tono por los “moderadores” del candidato, son muy significativas. Para preocupación de quienes tienen grandes intereses que defender, la cosmovisión de Milei revela que vive en otro tiempo y en otro planeta. Y no se trata sólo de que considere como piedra de toque de su política exterior “la lucha contra el socialismo” (??), lo que ya es de por sí delirante, sino que está completamente fuera de foco respecto de toda la agenda capitalista global actual.
En efecto: cuando el mundo capitalista entero –liberal, semiliberal o autoritario; occidental de hecho, de vocación u oriental; desarrollado, emergente o atrasado– vira hacia una mucha mayor presencia del Estado en las relaciones económicas y geopolíticas, Milei delira con la retirada del Estado de toda función que no sea el resguardo armado de la propiedad; es un negacionista del cambio climático, un conspirativista al borde del terraplanismo político y, aunque nos negamos a poner el tema en el centro, para The Economist el equilibrio mental del candidato es decididamente motivo de alarma (“Argentina’s next president? An interview with Javier Milei”, TE 9362, 9-9-23).
Tan preocupante para el propio establishment es la combinación de eventuales medidas “radicales” y falta de sustento político y hasta técnico[2] que Milei ha logrado un curioso consenso en contra, graficado en la declaración de más de 200 economistas locales –en su mayoría de derecha– que critica su programa por impracticable. Para no hablar de The Economist, que en menos de dos meses pasó de la fascinación a denunciarlo como “extremo, temerario y excéntrico”, y por lo tanto “peligroso” (“Javier Milei’s dangerous allure”, editorial de The Economist 9362, 9-9-23). Lo mismo se percibe en el empresariado: en una ronda de candidatos que fueron a dar examen frente a lo más granado de la clase capitalista argentina en el Hotel Alvear, la disertación de Milei dejó muchos menos aplausos que miradas torvas y gestos de contrariedad. “Este hombre vuela demasiado”, resumió certeramente uno de ellos.[3]
Por lo demás, hay otro serio problema que excede lo disparatado de algunas de las medidas, a saber, el criterio “institucional” que manejaría una gestión Milei que carecería –como cualquiera de las otras, para el caso– de mayoría parlamentaria. El recurso a los referéndums y –más probablemente– decretos es visto, no sin razón, como una de las posibles vías para una modificación sustancial del régimen político vigente desde 1983.
En suma, la candidatura de Milei presenta demasiadas incógnitas de contenido, forma e implementación de un plan demasiado ambicioso para las condiciones y relaciones de fuerza actuales. Según una consultora de peso entre los inversores, FMyA, “el plan de Milei se reduce a un shock, pero con riesgos de gobernabilidad (…). El mayor riesgo de su gobierno es un Milei caótico, que aumente las chances de un juicio político” (Ámbito Financiero, 13-9-23). Se trata, en el fondo, de la contradicción, distancia o “tijera” entre las capacidades/posibilidades de conseguir un volátil éxito electoral y las capacidades/posibilidades de forzar un cambio profundo en el funcionamiento de la economía, la sociedad y el régimen político. A medida que avanza la campaña, esa distancia no hace más que ensancharse, y allí radica el principal motivo de preocupación de la clase capitalista argentina, que prefiere tener los pies sobre la tierra.

La interpósita candidata: votarla para que gobierne otro

Una de las tantas paradojas de la campaña actual es que la más cabal representante del PRO y del macrismo químicamente puro, Patricia Bullrich, se encuentra en la más absoluta orfandad al haber sido abandonada por su legítimo padre político, Mauricio Macri, que ahora intenta –no del todo infructuosamente– adoptar, o más bien ser adoptado, por su hijo político del corazón, Javier Milei. Tan ridícula es la situación que, a instancias del descontento en el seno del PRO, Macri se vio obligado a aclarar –de regreso de un torneo de bridge en EEUU, algo mucho más cercano a su vocación–que su candidata es Bullrich y no Milei. Cosa que, por otra parte, hizo con tan evidente falta de convicción que casi fue peor el remedio que la enfermedad.
Lo curioso del caso es que Bullrich le ganó la interna a Rodríguez Larreta –el candidato que pasó de la presidencia asegurada al llano más llano en cuestión de tres meses– no tanto por méritos propios como por el rechazo del electorado PRO a un candidato que veían como demasiado “de centro”. En ese sentido, Bullrich fue vista como una representante acaso no muy prolija ni ilustrada, pero al menos genuina, del espacio político de derecha antiperonista que encarnaba Macri.
Párrafo aparte (pero no muy largo) merece el socio menor del PRO, la UCR, que vía Gerardo Morales quiso completar la ocupación del espacio de derecha “civilizada” con Larreta y terminó quedándose sin nada. La candidatura de Bullrich no le promete ningún lugar expectable pero tampoco tiene dónde ir, con lo cual terminó transformándose en la quinta rueda (es decir, incluida pero innecesaria) de una fórmula que es casi PRO puro (Petri de radical sólo tiene la ficha de afiliación).
Más grave que todo esto es que antes de empezar la campaña de las PASO Bullrich estaba convencida de que iba a ocupar todo el espacio de la derecha dura, polarizando con el gobierno y con Milei fuera de la competencia mayor. El resultado de agosto la dejó en la sumamente incómoda posición de tener que quedar como más “racional” y menos radical que un Milei a la ultraderecha sin nada que perder. Esto ya se pone de manifiesto en que la distribución de ese casi 60% de votos de derecha no se traduce por ahora en un crecimiento de Bullrich a expensas de Milei, sino más bien en una cierta fuga de votos de Bullrich a Milei, simplemente porque aparece con más chances.
En ese sentido, las recientes y resonantes victorias del PRO en las elecciones a gobernador de Chaco y Santa Fe tal vez no haya que leerlas en clave “remontada del PRO”, sino más bien en una constante de esta campaña: el voto táctico o “posibilista”, en particular contra los oficialismos. El razonamiento es simple, casi elemental: para sacarse de encima al que está, se vota por el que tiene más chances. Eso benefició al PRO en las provincias mencionadas, pero probablemente no juegue a favor de Bullrich en una elección nacional donde para el espacio de derecha se está plebiscitando el “populismo”. Y en ese terreno, quien asoma como “candidato útil” no es Bullrich sino Milei.
Tema aparte es la, aquí también, alarmante inconsistencia conceptual de la candidata –digámoslo así: en dificultad de palabra y escasez de luces es digna delfín de su mentor Macri– cada vez que debe exponer con un mínimo de detalle y coherencia su programa de gobierno. Tanto como para aliviarle la tarea y subirle las acciones con una figura mediáticamente fuerte, en el PRO decidieron ascender a Carlos Melconian al cargo de futuro ministro de Economía. Claro que por peso específico del tema, por la solvencia técnica y comunicacional del personaje y por el default verbal de la candidata, el resultado es que Melconian pasó a ocupar un espacio desmedido. Es el vocero más calificado para la estrategia económica que puede resumirse como “los cambios profundos que propone Milei, pero sin juguetear con la botonera de las armas nucleares”. Con eso le alcanza para quedar ungido casi como candidato virtual; algo así como “si querés que Melconian maneje la economía, votá a Bullrich”. Si a esto se agrega que el motivo real del voto a Bullrich en las PASO fue que era lo más parecido a Macri que había en plaza, el irónico resultado es que se trata de una candidata que representa más o menos bien lo que otros candidatos harían mejor. No es el argumento ideal para salir del tercer puesto que hoy le dan las encuestas.

El “oficialismo opositor”: parches para hoy, ajuste para mañana

En este marco de relativa división del espacio de derecha, y rogando que Bullrich retroceda pero no se derrumbe tanto que Milei se lleve demasiado, Sergio Massa, ministro de Economía plenipotenciario, va en principio por un lugar en la segunda vuelta que hoy no está tan lejano (cómo ganarla es otro cantar). A tal fin, Massa desempolvó viejas prácticas electorales y viejas propuestas de cuando era opositor al kirchnerismo (la propuesta de eliminar Ganancias para asalariados viene de 2013) para tratar de torcer una percepción social de ser la cara visible de un modelo económico agotado.
La medida de cuasi eliminación de la cuarta categoría de Ganancias, subiéndola a un piso que realmente deja afuera a los asalariados, al margen de si se trata de otro ejemplo de “demasiado poco, demasiado tarde”, deja en muchos cierto sabor amargo: ¿tan difícil era? Dejemos de lado la incoherencia del PRO, que revela que sus reclamos de “bajar los impuestos” corren sólo para los ricos. La pregunta que es imposible no formularse es ¿gobernaron 15 años y medio y recién ahora –en condiciones relativamente mucho peores que las de 2009, 2013, 2015 o 2019– se les ocurre que se podía hacer? Las argumentaciones económico-morales ensayadas por Massa no engañan a nadie: dale, lo hacés ahora para tratar de ganar votos y listo. Lo mismo vale para la devolución del IVA en los consumos básicos y los beneficios a monotributistas.
Las patas cortas de los anuncios quedan en evidencia ante la insólita confesión del candidato respecto del problema número uno de la agenda actual de millones: la inflación. Todos sabemos que el 12,4% de agosto (que para los asalariados y personas de bajos ingresos fue mucho más, desde ya) fue el resultado de la devaluación del 22% del lunes posterior a las PASO. Pues bien, como si fuera no el candidato del oficialismo, ministro de Economía y presidente de hecho en ejercicio, sino un analista crítico desde la izquierda, Massa lanzó lo más suelto de cuerpo que “se trató de una devaluación impuesta por el FMI”. Pero caramba, mi amigo: ¿y usted para qué está, entonces? ¿Para qué quiere que lo vote la gente, para que usted ejecute las órdenes del Fondo?
No exageramos nada; de hecho, Massa está decidido no ya sólo a cumplir los dictados del FMI, sino incluso a anticiparse a ellos y, casi al estilo Milei, corregirlos por derecha. Es el caso no de una medida aislada ni de una promesa suelta de campaña, sino de la decisión institucional macroeconómica más importante de cada año, el Presupuesto nacional.
Veamos: los primeros trascendidos de la presentación del Presupuesto 2024, hace más de un mes, hablaban de que Massa se comprometía al famoso déficit fiscal cero, de cavalliana memoria y melconianesco-mileiesco presente. Pues bien, el texto finalmente presentado al Congreso el viernes 15 da un paso más allá: si bien se pone como meta la cifra de déficit fiscal acordada con el FMI de 0,9% del PBI, en la a esta altura famosa “separata”, que incluye las medidas que Massa tomaría si pudiera, propone considerar una serie de recortes de gastos y beneficios impositivos con el objetivo de llegar ya no al déficit cero sino al superávit fiscal del 1% del PBI. Por supuesto, en la lista de recortes caen tirios y troyanos, desde los jueces que no pagan Ganancias hasta el régimen de promoción industrial de Tierra del Fuego; volarían las exenciones a los inmuebles rurales pero también a las mutuales y cooperativas, etc.
De lo que se trata aquí, en última instancia, es de dejar conforme al verdadero amo, el que tiene la llave para decidir si llega algún dólar o no, si se posterga algún pago o no, si estalla la hiperinflación antes de octubre, de diciembre, de 2024 o queda en reserva: el FMI. Es decir, el mismo organismo que, por propia confesión, “le impone” al candidato presidencial “nacional y popular” cuál debe ser el valor de la moneda. Hacer buena letra ante el Fondo –y eso incluye presupuestos anuales sin déficit o incluso con superávit– implica mantener destapada la vía de asistencia en dólares a una economía desangrada de divisas. Al menos hasta octubre (y noviembre, si, como es hoy lo más probable, hay segunda vuelta).[4] Después… se verá. Tal es el nivel de precariedad de las cosas en la Argentina previa a la elección presidencial 2023.

Un campo minado hasta (y desde) octubre

Para la amplísima mayoría de la población, el factor número uno que vuelve insoportable la vida cotidiana es una inflación que sólo muestra tendencia ascendente. La permanente suba de precios, además de carcomer los ya castigados ingresos de las y los trabajadores, genera un estado de incertidumbre permanente, porque no es ya que la plata no alcanza sino que no se sabe cuánto se va a necesitar para acomodar la situación. Aunque siguen siendo una herramienta y una conquista, las paritarias empiezan a perder sentido cuando sencillamente no se sabe cuánto valen las cosas. La dispersión de precios es pasmosa: el mismo artículo puede valer 1.000, 500 o 2.000 pesos con dos cuadras de diferencia. Los comerciantes se quejan de que no hay stock, o no hay precios, o las dos cosas. Ante una posible espiral inflacionaria, todas las medidas de “alivio” del gobierno quedan muy por detrás de los acontecimientos económicos.
Ahora bien, en el actual contexto, el motor inflacionario es perfectamente identificable: ni los monopolios (aunque los haya), ni las avivadas empresarias (aunque por supuesto que las hay), ni la “puja distributiva” (ni los más liberales se atreven, en esta situación, siquiera a susurrar que la inflación se debe a que la gente quiere salarios más altos), sino la presión cambiaria. Es decir, la incertidumbre sobre cuál es el valor de la moneda respecto de las demás divisas, en particular el dólar.
En realidad, como es sabido, el saldo neto de reservas del Banco Central es negativo, por lo que en la eventualidad de una conversión forzosa –y no otra cosa es la dolarización– la divisa estadounidense puede tener exactamente cualquier valor en pesos. Lo propio vale para todos aquellos bienes cuyo precio dependa en todo o en parte de la divisa. De modo que si hay crisis cambiaria y se derrumba el valor de la moneda, el resultado lógico será la hiperinflación. Ese desenlace es tan traumático en lo económico y tan peligroso en lo social que todos quieren evitarlo –al menos por ahora–, lo que explica la paciencia franciscana del Fondo con los continuos atrasos e incumplimientos de metas del Estado argentino.
Al mismo tiempo, el Fondo aprovecha los ínfimos márgenes del gobierno para imponer condiciones, como admitió Massa lo más fresco. Pero sabe (y el gobierno sabe que el Fondo sabe) que no puede pasarse de la raya, so pena de desatar los demonios.
La fragilidad de la situación es tal que estamos hablando del peligro de hiperinflación sólo con los relativamente pequeños pagos debidos al FMI, sin que hayamos llegado ni remotamente al punto crítico del cronograma de pagos de deuda, que vendrá recién en 2024-2025. Allí reside el problema financiero hoy insoluble para el país: la generación de divisas de Argentina –incluso dando por bueno el optimismo de quienes ven un 2024 sin sequía y con una cuenta energética menos deficitaria– es insuficiente para sostener el servicio de deuda con el FMI más los acreedores privados.
Esa realidad es conocida internacionalmente: “Un creciente número de economistas estima que el país es otra vez insolvente, es decir, que le será casi imposible repagar su deuda actual. El valor de los bonos del país refleja el hecho de que los mercados financieros descuentan otra reestructuración de deuda. Para poder hacer un nuevo comienzo, puede que Argentina necesite no dolarizar sino un default” (“Pet theories”, TE 9362, 9-11-23).[5] Claro que este proceso, y más para un país con los antecedentes de Argentina, cuyo último default data de hace apenas cuatro años y que reestructuró su deuda (con quita) hace tres, implicará un costo social y económico que la próxima gestión deberá poder aguantar con herramientas un poco más sólidas que videítos de TikTok. De allí el temor de los capitalistas serios de adentro y de afuera por la gobernabilidad.
Cerraremos estas notas con la palabra de los que “saben” (o al menos, de los que tienen la sartén por el mango): un paper del FMI que estudia el impacto de los planes de “reformas de mercado” sobre la sostenibilidad de su deuda pública en “economías emergentes y países en desarrollo” entre 1973 y 2014. El tono es optimista y pretende ser aleccionador para los países que deban tomar decisiones al respecto próximamente (a buen entendedor…), pero cuando se leen con atención las conclusiones, es mejor ser cauto respecto de los “éxitos” de las tales “reformas”.
Por empezar, se anuncia triunfalmente que “los países que implementaron reformas vieron caer sus ratios deuda/PBI en 3 puntos porcentuales, en promedio, durante un período de varios años” (en Ámbito Financiero, 13-9-23). ¿Tres puntos? ¿Nada más? ¿Es decir que un país como Argentina, cuya ratio deuda/PBI es del 85%, después de las dolorosas y socialmente destructivas “reformas de mercado”, se verá recompensada con una reducción de esa ratio, digamos, al 82%? Pues vaya que no es para volverse loco de entusiasmo.[6]
Los autores del estudio aclaran que “esos efectos son mayores en países con mayor eficiencia fiscal, menor informalidad y mayor deuda inicial”, pero advierten –nobleza obliga–, citando otra investigación del FMI de 2016-2019, que “algunas políticas orientadas al mercado, como la reducción de las barreras comerciales, podrían tener un efecto opuesto al deseado en las cuentas fiscales”, es decir, debilitarlas, si bien “esto puede verse parcialmente compensado a largo plazo por una mayor actividad económica”. Obsérvese: “puede”, “parcialmente” y “a largo plazo”. Nada muy tranquilizador.
Por supuesto, unas reformas tienen más éxito que otras: “La reducción de la deuda asociada con las reformas es mayor cuando los gobiernos recaudan mejor impuestos, tienen una deuda inicial más alta e implementan reformas durante una expansión económica. Esto significa que, si bien las reformas ayudan a reducir la deuda en promedio, eso no siempre es cierto en todas las circunstancias”. Resumiendo: si un país hace todo bien –o sea, todo mal para sus habitantes–, puede llegar a reducir el peso de la deuda en niveles insignificantes, con el riesgo de que algunas de las reformas tengan “un efecto opuesto al deseado” y siempre teniendo en cuenta que cosechar los beneficios de las reformas “no siempre es cierto”. Digámoslo así: los autores del paper o son demasiado honestos o son los peores vendedores de reformas de mercado de la historia.
Todo esto no es un ejercicio retórico, porque las púdicamente llamadas “reformas de mercado” son exactamente la receta que saldrá a vendernos, imponernos o tirarnos por la cabeza –según quién gane– el próximo gobierno. El dilema de “(contra)reformas o gobernabilidad” se presenta sobre el telón de fondo de un agravamiento de la crisis económica, ya afectando lo social, que no veíamos desde 2001. Ahora bien, con el historial de lucha social e impaciencia política de la Argentina, desde el Cordobazo hasta justamente 2001, y con el nivel inédito de profundidad que pretenderán tener esas “reformas”, ¿se entiende por qué la clase capitalista argentina teme que para sostenerlas puede que no alcance con la legitimidad de unos votos capturados haciendo shows en la TV y morisquetas en las redes sociales?
 


[1] Mucha menos seriedad todavía tiene, naturalmente, el supuesto y misterioso acuerdo con “fondos de inversión internacionales de primera línea” que Milei dice tener para hacer el canje de bonos de deuda que le dé la masa crítica necesaria para dolarizar. Alguien que le explique a ese señor que una cosa son los secretos de Estado y otra muy distinta es jugar a las escondidas con el electorado.
[2] Ni siquiera los periodistas y medios que simpatizan con Milei podían disimular su azoramiento ante la olímpica ignorancia de los resortes más elementales de la organización del Estado que demuestran quienes se proponen administrarlo. Eso es lo que pasa cuando gente que vive en los manuales de economía ultraliberales, para los cuales la única función del Estado es –para usar la expresión de Engels– la de organizar “bandas armadas en defensa de la propiedad privada”, se postula para cargos ejecutivos.
[3] No tuvo más fortuna la crema de Wall Street, reunida en la primera semana de septiembre con el equipo de Milei encabezado por Darío Epstein y Juan Nápoli. Resulta que los referentes de Milei “fueron a escuchar”. ¡Pero señores, lo que Wall Street quiere no es hablar sino escucharlos a ustedes! Como resumió uno de los presentes, “ir a escuchar en esta instancia dejó sabor a poco. Dijeron cosas generales, y cuando fueron a lo particular, los detalles no estaban”; otro se quejó de la “poca precisión” sobre la implementación de las reformas económicas (Ámbito Financiero, 13-9-23). Es la tónica general de la relación entre el establishment y Milei: “Nos encantaría creerte, pero cuanto más te conocemos, más preocupados quedamos”.
[4] La citada consultora FMyA pone en su informe que “las encuestas y el mercado imaginan una segunda vuelta Milei-Massa ante una Bullrich que no puede despegar” (Ámbito Financiero, 13-9-23). Como señalamos, desde JxC quieren entusiasmarse con los resultados de las elecciones a gobernador en Santa Fe y Chaco, pero ya las PASO mostraron que la lógica de las elecciones locales no es replicable a las nacionales. O sí, pero sólo en el sentido de que electores más bien despolitizados y no demasiado interesados se aferran a la “herramienta de castigo” que ven más a mano.
[5] Por otra parte, digamos que el rechazo de la revista decana del capitalismo británico y global a la figura y las propuestas de Milei se da a pesar de una mirada bastante superficial sobre el país. Así, se dice con imperdonable liviandad que la dolarización a primera vista no sería más que oficializar un estado de cosas ya existente, porque “de todos modos, la mayoría de los argentinos usa dólares” (ídem). Este solemne disparate replica las frivolidades interesadas de consultores, operadores y periodistas (categorías no excluyentes entre sí) cuando hablan de “los dólares de los argentinos”. Pongamos las cosas en su lugar: de los 35 millones de habitantes adultos de Argentina, no más del 3% compra habitualmente dólares para ahorrar. Hay 14 millones de cuentas en dólares (gratuitas), pero su saldo promedio es de 193 dólares, y entre todas representan menos de un quinto del total. Hay sólo 120.000 cuentas con más de 10.000 dólares, y apenas 10.000 cuentas con más de 100.000 dólares. Las cuentas con más de un millón de dólares son exactamente 884, y representan en monto el doble (38,5% contra 19,2%) de lo que reúnen las 14 millones de cuentas que tienen un saldo simbólico (datos del BCRA a diciembre de 2022, Clarín, 8-7-23). “La mayoría de los argentinos usan dólares”… ¡pfff! La realidad es la opuesta: la ínfima minoría de los argentinos (el 0,1%, nos atrevemos a estimar) se queda con la inmensa mayoría de las divisas, aquí y sobre todo fuera del país.
[6] Si vamos al caso, Macri se fue del gobierno en 2019 con una ratio deuda/PBI del 89%; en 2020, con la situación originada por la pandemia (caída del PBI y aumento del gasto estatal), trepó al 100%. De modo que con el 85% actual y la contabilidad complaciente de los autores del paper, el mismo Alberto Fernández podría postularse como modelo de reducción de la ratio deuda/PBI a un ritmo de casi el 5% anual durante tres años consecutivos… En fin, poco serio todo.

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