Las PASO del último domingo dejaron más de un problema por explicar. En el contexto de una elección girada a la derecha, del aumento del ausentismo y de un fuerte voto castigo a la gestión albertista, el Justicialismo cosechó la peor elección de su historia.
Pese a todo, sería un absurdo dar por muerta a la principal fuerza política argentina por más de 7 décadas. Los gritos triunfalistas del «fin del peronismo» en boca de la derecha son poco realistas, aunque el golpe que recibió es muy duro. El peronismo sigue siendo, por lejos, el principal aparato político del país. Para empezar, se mantuvo ganador en el centro del país, particularmente en el Conurbano, donde se concentra la mayoría de la clase obrera argentina. Además, en las provincias en las que ganó la extrema derecha en las primarias nacionales venían ganando mayoritariamente los viejos oficialismos en las elecciones a gobernador, salvo algunas excepciones como Santa Fe y Chubut. Despegando las provinciales de las nacionales, los gobernadores «abandonaron a su suerte» a la lista nacional, que fue la más golpeada. Finalmente, no está para nada descartado (aunque es muy difícil) que puedan remontar de cara a octubre y noviembre.
Algunos números
La candidatura «de unidad» de Massa obtuvo un magro 21,19%. Fue el candidato individualmente más votado luego de Milei, pero con unos amplios 9 puntos de diferencia (el ultraderechista obtuvo el 30,7%). Son casi 2 millones de votos de diferencia entre el candidato oficialista y el de la nueva derecha.
Y sumando los votos de las coaliciones la elección fue aún peor. El bloque peronista quedó tercero por primera vez en todas sus presentaciones electorales, sumando un 28% (Massa + Grabois). De conjunto, la coalición oficialista quedó 700.000 votos abajo de Milei.
Incluso sumando al peronista disidente Schiaretti el guarismo (31%) es bajo en términos históricos. Comparada con las elecciones presidenciales desde la caída de la dictadura en adelante, se trata de la peor performance del principal candidato peronista.
En 2019, la fórmula Fernández – Fernández venció a Macri con el 48,2% de los votos. En 2015 Scioli había obtenido el 37% en las generales y luego perdería el ballotage contra Macri. En 2011 Cristina Kirchner ganó en primera vuelta con el 54%. En 2007 había sido con el 45%. En 2003 Néstor Kirchner llegó a la presidencia con la peor candidatura (individual) de un presidente peronista hasta el momento: el 22,2%. Pero sumando las tres candidatura peronistas ese año (Kirchner – Menem – Rodríguez Saá) el PJ acaparaba el 60% de los sufragios.
En la debacle del menemismo (y casi en vísperas del Argentinazo), Duhalde perdió la elección del ’99 por casi 10 puntos ante de la Rúa, consiguiendo el 38%. En 1989 y 1995 el peronismo neoliberal de Menem ganó con el 47% y el 49% de los votos, respectivamente. Antes, en la primera elección luego de la caída de la dictadura, Ítalo Luder perdió la elección de 1983 frente a Alfonsín con un 40%.
La gestión panperonista, el Fondo y el voto castigo
La primera clave para entender la debacle del peronismo en las PASO no es otra que la gestión peronista de los últimos cuatro años. Los fracasos de la gestión panperonista (Fernández – Kirchner – Massa) fueron casi innumerables. El desborde sanitario durante la pandemia, la lentitud de la vacunación, el escándalo de los vacunatorios VIP, la genuflexión ante Vicentín. La salida de Guzmán, el episodio Batakis y el inicio de una crisis de divisas e inflacionaria que tras más de un año sigue abierta (y no parece camino a resolverse).
Pero todos los problemas particulares pueden resumirse en una única cuestión: la decisión de la coalición oficialista de atar su destino al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Con el ajuste permanente, el peronismo erosionó de manera sistemática las conquistas con las que muchos lo vinculan (derechos laborales, educación y salud pública, los derechos de las mujeres y LGBT, etc.), vaciándolas en gran medida de contenido. Así, hubo un giro reaccionario de millones hacia cuestionar esas consquistas mismas.
La fórmula Fernández – Fernández llegó a la presidencia diciendo que con el peronismo volvían los asados y la heladera llena. Que se terminaba el ajuste neoliberal de Macri y que no iban a permitir que el Fondo Monetario saqueara el país. La fórmula peronista arrasó en las urnas y generó una ola de entusiasma en sectores de la sociedad hartos del macrismo. Incluso hubo festejos espontáneos en las calles de varias ciudades.
Cuatro años después las heladeras están más vacías que nunca y los asados siguen siendo un recuerdo. El salario mínimo permanece bajo la línea de indigencia y el salario promedio bajo la línea de pobreza. Por lo menos la mitad de los trabajadores del país están en negro o precarizados. La pobreza subió 8 puntos porcentuales entre el 2019 y el primer semestre del 2023 (del 35% al 43%) y entre los menores de edad llega al 55%.
Párrafo aparte merece el nefasto rol de la CGT. En medio de una de las debacles más importantes de la historia para las condiciones de vida de los trabajadores, no hubo ni un solo paro general, ni una movilización general de protesta. Hoy en día, estar sindicalizado y bajo convenio dejó de ser garantía de estar por encima de la línea de pobreza (aunque sigue siendo mejor, claro está, que trabajar en negro).
Cuatro años de pasividad, de entrega de la burocracia a la cabeza de las organizaciones obreras, abandonó a su suerte a los trabajadores. En condiciones en las que millones no pueden reconocer su propia fuerza, sus propios intereses, encontrándose en lucha contra los ajustes, terminó preponderando el discurso individualista, el sálvese quien pueda, incluso el rechazo a los sindicatos mismos. Así, muchos trabajadores votaron por Milei y Bullrich, la mayoría.
¿Puede resultar sorprendente la debacle electoral de un gobierno responsable de semejante degradación en las condiciones de vida de la mayoría popular? Cualquier escenario en el que el oficialismo no saliera castigado de la elección era irreal. Tal vez Massa esperaba cosechar un mayor volumen de votos por el miedo a Milei y Bullrich. Pero la estrategia falló.
No es ningún secreto que la principal motivación del voto siempre es la experiencia reciente. Cuando un gobierno hace desastres, la población lo castiga votando a otro candidato. Sucedió contra Macri en 2019. En ese momento los beneficiarios fueron los Fernández. Y volvió a suceder con el peronismo este año. Ajustar a la población trabajadora de forma ininterrumpida durante cuatro años le costó el 20% de su electorado al oficialismo. En números totales, son casi 6 millones de votos menos.
Sectores del peronismo se lamentan, ahora, por el mal voto de la población. Deberían lamentarse más bien por la horrorosa gestión de los últimos cuatro años. Pensar que se puede atacar las condiciones de vida populares y seguir contando con su favor electoral es una falta de respeto a la inteligencia de los trabajadores del país.