Sobre el litio hay tanto marketing, tanto interés de las grandes multinacionales automotrices, de Tesla, de Ford y Toyota, tantos intereses de EEUU, China, Alemania, las potencias imperialistas o imperialistas en formación, que hace falta empezar por analizar algunos de los mitos construidos por estos intereses. Hay que empezar por desarmar esas falsedades que se esparcen como ciertas para poder comprender qué pasa en Jujuy, Salta y Catamarca, qué papel juegan Sergio Massa y Gerardo Morales, qué lugar tienen la Puna y los pueblos originarios.
Dos grandes mitos sobre el litio
En primer lugar, hay un mito que relaciona al litio con la energía limpia y la transición energética o energía “verde”. Se embellece al litio como si su utilización fuera un sinónimo de ecología, de descarbonización, se habla del litio como un antídoto frente al cambio climático.
En segundo lugar, se presenta al litio como el “oro blanco”, es decir como una gran oportunidad para salir de la pobreza, la versión siglo XXI del mito de El Dorado.
Entonces, lo que hace el marketing de las multinacionales, del imperialismo y de los gobiernos es intentar convencernos de que el litio se asocia con ecología y con una gran oportunidad para salir de la pobreza. Veamos cada una de estas afirmaciones.
El primero punto es que el litio no es una fuente de energía. Ni renovable ni no renovable, simplemente no es una fuente de energía. El litio es un metal liviano que se utiliza para hacer baterías. Las baterías son dispositivos para acumular energía. Pero en sí mismas no son energía. Las baterías se pueden cargar con electricidad, electricidad que hay que obtener de alguna fuente de energía. La generación de energía puede ser hidroeléctrica (proviene de una represa construida en un río que se desvía de su curso natural y que de paso deja sin agua a un montón de territorios); nuclear (de combustibles nucleares); o puede venir de combustibles fósiles (carbón, petróleo o gas natural). Entonces, con la batería de litio se puede reemplazar el uso de combustible fósil para hacer mover el auto. Pero el hecho de no verlo no quiere decir más que eso. Por supuesto, da la posibilidad de cargar la batería con otra energía menos contaminante, pero volvemos al problema: si queremos acabar con la combustión de fósiles se necesita una fuente de energía alternativa. Y el litio no es una fuente de energía, es solo un acumulador de energía. Entonces, lo único que logramos es sacar el problema del auto y esconderlo en otra parte. Eso es lo que hacen los países ricos: externalizarlo, que no se vea de dónde viene esa energía. No se deja de emitir dióxido de carbono, sino que en vez de liberarlo en un lugar, se hace antes, en otro lugar. Entonces, el mito de que es una “energía limpia” no es más que eso, una fantasmagoría que nos ofrecen como verdad de un futuro sin contaminación.
Supongamos que vamos a cargar las baterías de los autos con otras fuentes de energía. ¿Hay otras fuentes de energía? Sí, pero… Porque el problema se traslada a otro lugar, se preparan nuevos desequilibrios: hay que “intervenir” todos los ríos, o incrementar las centrales nucleares (Chernobyl y Fukushima no son ejemplos muy alentadores al respecto). La energía solar por ahora no es eficiente porque requiere mucha huella de carbono, es decir se gasta tanto en instalar los paneles como la energía que se obtiene. Y la energía eólica está lejísimos, a años luz, de reemplazar la enormidad que se utiliza hoy de combustibles fósiles. Lo que ocurre es que el consumo de energía a nivel mundial sigue aumentando y entonces la batería de litio lo que permitiría es seguir aumentando desenfrenadamente el consumo de energía. Y así no hay energía que alcance. Se suma la energía eólica o hidroeléctrica a la de los combustibles fósiles. Pese a los supuestos acuerdos climáticos, en realidad no hay una reducción de la emisión de dióxido de carbono a nivel mundial. Pero por el momento no hay una energía que permita reemplazar el enorme consumo de combustibles fósiles.
Supongamos que finalmente se lograra reducir el 1% de uso de combustibles fósiles con la transición de los autos (que es lo que se lograría reemplazando todo el parque automotor del mundo por un nuevo parque automotor que funcione con baterías de litio). Pero al mismo tiempo se sigue aumentando el uso de combustibles fósiles porque hay más aviones, barcos, tanques para la guerra de Ucrania, etcétera. Así solo se logra aumentar la cantidad total de energía usada, y no hay energía que alcance. Siguen aumentado el efecto invernadero, y todas las consecuencias que sufre el pueblo pobre en todo el mundo (porque los ricos de alguna manera se las arreglan).
Entonces empezamos a plantear que no hay transición “verde”, sólo hay una reconversión de la industria automotriz de los países imperialistas: que “limpian su imagen” trasladando el costo ambiental a otras zonas. No es difícil imaginar cuáles son esas nuevas zonas. El litio es, sobre todo, una necesidad de la industria automotriz, que busca aumentar sus ganancias trasladando el costo ambiental a otras ramas, o a otras latitudes. Es decir: sacrificamos el litio en el altar de la industria automotriz europea y norteamericana. Lo dice bien el abogado ambientalista Enrique Viale cuando señala: así, no hay energía que alcance.
Los datos indican que las emisiones globales de CO2 siguen aumentando. Que si en Países Bajos se reduce es porque importan productos con gran huella de carbono (es decir, externalizan la huella de carbono). Es lo que Kohei Saito llama “la falacia de los Países Bajos”. En realidad, si se mira el gasto de energía o la huella de dióxido de carbono, la cantidad de energía fósil que se gasta en el mundo, podemos encontrar una pista de la solución.
Según K. Saito, el 10% más rico del mundo es responsable de la mitad de las emisiones totales de CO2, mientras que el 50% más pobre sólo es responsable del 10% de las emisiones. “Algunos datos sorprendentes apuntan a que el 10% más rico del mundo es responsable de la mitad de las emisiones totales de CO2 (Oxfam Media Briefing, “Extreme Carbon Inequality”, diciembre 2015). La enorme carga ambiental que suponen los vuelos en jet privados, los paseos en coches deportivos y la propiedad de múltiples mansiones lujosas por parte del 1% más rico es especialmente preocupante. Por el contrario, el 50% más pobre apenas es responsable del 10% de las emisiones totales de CO2”. (Saito, p. 68).[1] Si los millonarios terminaran con su consumo suntuoso, para lo cual habría que hacer una revolución, o si sacáramos de la ecuación a ese 10 por ciento de la población mundial, el problema se reduciría en un 50%. Así se entiende dónde está el problema.
Ahora que sabemos que no estaríamos “salvando a la humanidad de la crisis climática” ni nada por el estilo, vamos a tratar al litio como lo que es: un noble mineral, que es requerido por la poderosa industria automotriz para el gigantesco negocio de renovar el parque automotor de los países ricos para ganar mucha plata, para seguir derrochando energía fósil en submarinos turísticos para ver el Titanic y obras así de “ecológicas”. No solo eso, sino que Estados Unidos y Europa están en una competencia desenfrenada, desde mi punto de vista tecnológicamente arriesgada. Por ejemplo, ayer se prendió fuego un carguero con 3 mil autos frente a la costa de Países Bajos, fuego empezado en un auto eléctrico que cargaba. Y apagar un incendio eléctrico no es lo mismo que apagar un incendio de madera u otro. Sigue ardiendo por bastante tiempo. En la febril competencia puede ser que estén utilizando baterías poco testeadas. Un ejemplo impactante del derroche es la noticia de que Corea del Sur proyecta construir una ciudad en el mar, una ciudad de altura, para cuando el nivel del mar aumente e inunde su capital. El litio le va a permitir al capitalismo una nueva forma de “acumular” en una clase y desacumular en la otra. Les permite, cuando no, aumentar la desigualdad.
Un problema adicional que por supuesto no está en ningún documental de Tesla: ¿Qué van a hacer con la chatarra de millones de autos que van a estar prohibidos en Europa para el 2035? ¿Quién va a pagar el costo ambiental de semejante cantidad de materiales? Es probable que todo ese desecho también lo trasladen a África, porque externalizar el costo ambiental es cada vez más la regla del capitalismo, que es cualquier cosa menos “verde”. El daño ambiental no lo van a pagar las automotrices ni los países ricos, toda la chatarra, todo el costo económico y ambiental lo trasladan a los países pobres.
En conclusión, el litio no es la gran panacea para resolver el problema del cambio climático, sino que es el gran negociado del momento para aumentar sideralmente las ganancias de las automotrices.
Veamos ahora el segundo mito: el del oro blanco. Este liviano metal, el litio, se encuentra en todas partes, es bastante abundante. Está en el mar, en las rocas y en las napas de agua. ¿Por qué tiene su importancia el “triángulo del litio”? Lo que sucede es que no es barato extraer el metal de todas partes. Sería muy difícil y muy caro sacarlo del mar o de las rocas. En cambio, es muy fácil sacarlo de la salmuera. Y justamente en Argentina, Bolivia y Chile hay enormes depósitos de salmuera, los salares. La salmuera es agua con sales de litio disueltas. La forma más “barata” en términos capitalistas, es decir teniendo en cuenta únicamente las ganancias de las empresas, es la técnica que se usa actualmente en el triángulo del litio. Esta técnica consiste en extraer la salmuera de las napas, volcarla en gigantescos piletones a cielo abierto, esperar que el sol evapore el agua, y juntar las sales de litio con la pala. En Australia, se necesitan US$ 9 mil para extraer una tonelada de litio y en Sudamérica, se necesitan entre US$ 3 mil y US$ 3500. Para extraer litio de la roca, hay que cocinarla en un horno y gastar energía mientras que la salmuera se evapora al sol.
Las empresas
¿Es posible sacar el litio de otra manera? Seguro que sí. Y sino, la investigación lo dirá. No requiere de mucha tecnología y ya hay proyectos avanzados para extraer el litio de otra manera. No se pone plata en investigar porque es un “gasto” para ellos. No se investiga porque el gobierno los deja hacer ese tipo de minería destructiva, pero no necesariamente requeriría una tecnología tan compleja devolver el agua. Pero todas las empresas hacen fila para la minería evaporítica, porque les da una ganancia extraordinaria.
Una de las dos empresas es la estadounidense Livent, que opera el Proyecto Fénix (Salar del Hombre Muerto) en Catamarca. La otra es Sales de Jujuy (en el salar de Olaroz), sociedad integrada por la australiana Allkem (con 66,5% de las acciones), la japonesa Toyota Tsusho (25%) y la empresa estatal de la provincia de Jujuy, Jemse (8,5%). En la práctica, Allkem es la empresa que controla las operaciones. Los dos principales propietarios de acciones de Livent son Blackrock y Vanguard, dos de los fondos de inversión más grandes del mundo, radicados ambos en EE.UU. Los mismísimos fondos buitre. En el caso de Allkem, sus principales accionistas son las empresas bancarias y financieras JP Morgan (EE.UU.) y HSBC (Reino Unido).
Pero hay 36 proyectos en cartera, en distintas etapas, desde la exploración hasta la construcción.
En dichos proyectos prevalecen las concesiones a firmas tras nacionales de origen canadiense, australiano, estadounidense, francés, surcoreano y chino.
El marco legal
En la década del ’90 del siglo pasado, con Menem, se consolidó, en acuerdo y bajo la tutela del FMI, una legislación pro minera: preparó al país para una minería a gran escala, trasnacional y a cielo abierto. Es la época en la que en el mundo se empezaba a tener la sospecha de que el petróleo se podía acabar, también es cuando empezaron a investigarse las baterías de litio. Los hitos de esa batería de leyes fueron:
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Reforma constitucional de 1994. Consagra la provincialización de los recursos naturales.
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Ley 24196 (28-12-1993) Ley de inversiones mineras. Se les garantiza la estabilidad fiscal por 30 años a partir de la presentación del estudio de factibilidad. Se establece un tope máximo de 3% en concepto de regalías del precio en boca de pozo. (Regalía se llama a la retribución por extracción de recursos no renovables).
También la deducción de impuesto a las ganancias de los montos invertidos en prospección, la devolución del IVA en la compra de bienes asociados a la infraestructura. Y elimina la tasa de importación para los bienes de capital.
Estas empresas le dejan a la provincia un tope de 3% de regalías del precio en boca de pozo, pero se le descuentan los costos que tuvo la empresa para instalarse, por lo que rondan el 1.5%. Además, la producción no la mide ningún ente estatal: es a simple declaración jurada de la empresa. Como comparación el dato es que en Chile se les cobra el 40% en concepto de regalías.
En la actualidad, las retenciones son 4,5% para las exportaciones de litio, cobre y plata. En comparación: la soja tiene entre 30 y 35%.
Además, aparece la subfacturación, porque las empresas se venden a sí mismas (usando la firma argentina para venderle a la misma firma de su país de origen). De hecho, Livent fue multada por que estaba exportando a US$ 4 mil la tonelada de litio entre 2018 y 2019 cuando el litio alcanzaba un valor de mercado de US$ 33 mil por tonelada. Lo que nadie sabe es si pagaron la multa…
El doctor Ernesto Calvo (Investigador de CONICET) estima, a partir de datos del Indec que Argentina no llega a 400 millones de dólares por año de exportaciones de litio. Es un 1 o 2 por ciento de lo que ingresa por soja.[2]
Voy a hacer una apreciación más conceptual, que contrasta con los discursos de Juan Grabois, y de todo el posibilismo popular. Vendiendo el litio el país se empobrece. Porque es un metal valioso, y lo vendemos por muy poco. Pero el litio no es renovable: después no hay más. Y el agua dulce también es muy valiosa; y la derrochamos. Es por eso que vendiéndolo así nos empobrecemos.
El extractivismo y la fractura metabólica
Los salares son ecosistemas frágiles. Son formaciones que tiene millones de años: los fluidos que venían de arroyos y de ríos provenientes de la actividad volcánica se fueron acumulando en los valles. Desde el seno de la tierra surgían los minerales, y esas sales de litio se fueron depositando y formando capas que rellenaron el valle. Es lo que se conoce como salar.
Para extraerla, se hace una perforación de mil o 3 mil metros, como si fuera petróleo, hasta encontrar una napa, más o menos permeable, con salmuera, mucho más salada que el agua del mar. Esa salmuera se sube con bombas y se la coloca en enormes piletones de un tamaño 3000 veces mayor que el área de la cancha de River. En Atacama o en Hombre Muerto hay de esos piletones. Son enormes extensiones. Durante 12 o 18 meses se deja evaporar el agua al sol. Todavía el sol es gratis, así que el proceso se hace por evaporación. Esta técnica evaporítica es minería de agua. El uso de mano de obra de minería de agua de litio es mínimo.
La exploración y la extracción del litio tiene costos ambientales, sobre todo en la afectación del agua, un bien raro en la Puna y, en general, en todo el norte argentino. Los volúmenes son enormes porque en la salmuera, en el mejor de los casos, hay solamente un 1% de litio. Es decir, 1 gramo de litio por cada litro de agua. En 2022 se exportaron 33.000 toneladas de carbonato de litio: se “derrocharon” aproximadamente 33.0000.000 de litros de agua.
El agua de las napas es la misma que alimenta a los seres vivos y a las comunidades originarias. Es una zona donde rara vez llueve. Si se secan las napas se desertifica la Puna. Los seres vivos estamos hechos de agua, no podemos vivir sin agua.
Por eso a la minería de agua de litio es extractivismo: es una intervención en nuestro ambiente. La ley de mínimo de Liebig hablaba de ciclo de nutrientes del suelo, y de una agricultura que solo extraía nutrientes y no reponía nada. Para entender esto hay que retomar el concepto de Marx de fractura metabólica. Marx plantea que hay un metabolismo entre la humanidad y la naturaleza. Que la primera condición de la vida es la corporalidad, la materia que nos constituye. Que la esencia del hombre es la naturaleza que lo constituye. Y que el capitalismo produce una fractura, una ruptura terrible de ese metabolismo, de ese intercambio sano entre la humanidad, los demás seres vivos y el ambiente. La minería de litio rompe el metabolismo en una de sus partes más sensibles: el agua. Separa a los seres vivos del agua. Y es barato porque ni Tesla ni Toyota ni nadie paga por esa agua. Y además, esa agua que se evapora no vuelve a la Puna. Esa agua evaporada es llevada por los vientos alisios a otros lugares muy lejanos, que probablemente se inunden.
Decíamos más arriba que desde el punto de vista capitalista la minería de agua del litio es muy barata. Pero desde el punto de vista humano, ecológico, de las comunidades y de la vida de la Puna (un ecosistema muy frágil) es carísimo, esa es la ruptura metabólica que provoca el capitalismo. En una entrevista que dio Massa sobre el tema, decía que si se mira a la cordillera como si fuera una torta, se vería que estamos desaprovechando el negocio. Las poblaciones originarias y quienes nos oponernos al extractivismo no vemos la cordillera como una torta. La vemos como lo que es: donde está el agua y donde hay vida.
La minería del litio actual (que es la que importa en este caso, aunque aclaremos que podría extraerse de otra manera, seguramente no tan “barata” desde el punto de vista de los negocios capitalistas). Pero lo que lo hace barato es justamente ese carácter extractivista de la minería capitalista (y no solo de la minería): es solo sacar y nada devolver.
Estamos hablando de comunidades que viven en esos territorios mucho antes de que llegaran acá los “barcos”, estamos hablando de recursos no renovables, que tardaron millones de años en formarse.
Y además estamos hablando de los mineros africanos del Congo, minería superexplotada de socavón. Porque lo que es menos conocido es que sin cobalto las baterías de litio serían extremadamente inestables. Y el cobalto lo sacan del Congo, con explotación de trabajo infantil en el socavón de las minas.
El derecho de los pueblos originarios
El principio de Consentimiento Libre, Previo e Informado (CLPI) se refiere al derecho de los pueblos indígenas a dar o negar su consentimiento para cualquier acción que afecte sus tierras, territorios o derechos. «Libre» significa que el consentimiento de los pueblos indígenas no se puede dar bajo la fuerza o amenaza.
El derecho a la consulta previa en Argentina es reconocido en el inciso 17 del artículo 75 de la Constitución Nacional Argentina y ampliamente desarrollado por el Convenio 169 de la OIT ratificado por la Ley Nº 24.071, la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, la Declaración Americana de los Derechos de los Pueblos Indígenas, así como por ciertas leyes nacionales tales como la Ley Nº 26.160 sobre Emergencia de la Propiedad Comunitaria y la Ley Nº 26.331 sobre Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos. El Decreto 672/16 que crea el Consejo Consultivo de los Pueblos Indígenas de Argentina, establece “Que la consulta es el derecho de los Pueblos Indígenas u Originarios de poder intervenir de forma previa sobre las medidas legislativas o administrativas que afecten directamente sus derechos colectivos, sobre su existencia física, identidad cultural, calidad de vida o desarrollo. También corresponde efectuar la consulta respecto a los planes, programas y proyectos de desarrollo nacional y regional que afecten directamente estos derechos. (…). Con este marco jurídico, a las comunidades o pueblos indígenas les asiste el derecho a ser consultados de forma previa, libre e informada, a través de sus instituciones representativas y mecanismos adecuados, toda vez que se pretenda aprobar una medida legislativa o administrativa que los afecte. Se convierte así en un derecho fundamental para las comunidades indígenas que funciona como una herramienta para preservar su identidad cultural, su cosmovisión y derechos.
El consenso burgués
Massa, Sáenz, Macri, Bulrich, Morales: hay consenso en el saqueo, en el extractivismo, en el despojo a las comunidades originarias. Ninguno cuestiona la legislación pro minera. De hecho, Cristina Kirchner vetó en 2008 la ley de glaciares (se conoció como el veto Barrick Gold). La ley de glaciares protegía contra la megaminería extractivista que está reventando la Cordillera y sus ecosistemas en Catamarca, La Rioja y San Juan. Hay consenso en legitimar un festival de subastas de porciones de salares al mejor postor. Recorren el mundo para hacerlo (ahí lo vimos a Massa en China, y en EEUU promoviendo concesiones de litio como si fueran verduras en el mercado). Eso explica el consenso para la reforma constitucional en Jujuy. No es que los legisladores del peronismo “no estaban alineados con el peronismo nacional”, sino exactamente al revés. Son socios, con personajes como Manzano, en los negocios del litio. Ni un atisbo de antimperialismo, todos juran en contra de la nacionalización y estatización del litio (los salares).
Por eso la Reforma Constitucional que pretende prohibir la protesta social: es un nivel de entrega que es muy difícil hacer pasar sin represión.
La resistencia y el programa
De un lado el consenso burgués y del otro la resistencia: Trabajadores de la educación, estatales, estudiantes que vienen luchando por salario y contra la reforma, enfrentando la represión y manifestándose en las ciudades al canto de “se han robado todo el litio, oh, oh, ho”. Comunidades originarias cortando rutas contra el despojo, por su derecho ancestral sobre los salares. Mineros viajando hasta San Salvador. Originarios recorriendo los pueblos en solidaridad. Ha aparecido una cierta hermandad de lucha.
Ese es nuestro lado. Salimos a las calles, impulsamos campaña de solidaridad. Exigimos el paro nacional a la CGT, que acompaña, faldera, el consenso burgués. Y marchamos en muchas ciudades junto a miles de trabajadoras y trabajadores y estudiantes para no dejar aislada la lucha de la resistencia jujeña. Y en esta campaña electoral, frente a la colección de candidatos del consenso burgués, del pago de la deuda, que sólo se diferencian en la forma de imponer los mismos planes levantamos la voz de los trabajadores y sectores populares: junto al reclamo de un salario de 500mil pesos, levantamos como eje la defensa incondicional del derecho a la protesta.
Abajo la reforma constitucional de Morales y el PJ
Y frente al saqueo, extractivismo y despojo de las comunidades originarias planteamos:
Detener inmediatamente el festival de “nuevas concesiones” que son entregas. Suspender bajo control de los trabajadores y pueblos originarios la actual explotación del litio garantizando íntegramente los sueldos de los mismos con el salitre ya extraído.
Derogación de la entreguista legislación minera: incluyendo el artículo 41 (de la Constitución del 94), el código minero, la ley de inversiones mineras, entre otras.
Estatización y nacionalización del litio bajo administración y control de los trabajadores y pueblos originarios. Derecho a veto de las comunidades sobre su ambiente. Son los trabajadores y los pueblos originarios quienes deben decidir cómo, cuánto y para qué fin se usan los bienes naturales de sus territorios.
[1]Saito, Kohei El capital en la era del Antropoceno, Penguin Random House, 2022
[2]“Aunque representa el 10% de la producción de litio en el mundo, sólo implica el ingreso de 400 millones de dólares al año. ¿Y esto por qué sucede? ¿Porque se exporta con un valor agregado muy bajo porque el precio se le pone a la salida del salar? Yo calculé algunos números a partir de datos del Indec. Argentina no llega a 400 millones de dólares por año de exportaciones de litio. Es un 1 o 2 por ciento de lo que ingresa por soja.
-Es decir que todo lo que produce lo exporta, no queda en el mercado interno. ¿O en la cadena de valor local ese litio termina en un producto final?
-No, todo el litio sale como un commodity a muy bajo valor.
-Se va y después vuelve como baterías o como electrodomésticos.
-Después vuelve como batería. Usted se compra un auto que tiene 6 kilos de litio y paga por la batería US$ 25 mil, pero cuando la Argentina vendió ese litio fueron por unos pocos pesos.” Calvo, Ernesto “Comparado con Chile, hoy el litio es muy mal negocio para la Argentina”, en La Nación, 7-8-2022
Excelente artículo.