Artículo aparecido en Viento Sur

La formación de un nuevo imperialismo [1] es un acontecimiento muy raro. Requiere múltiples condiciones previas relacionadas con la situación internacional y las características específicas del país en cuestión. Desde este doble punto de vista, la emergencia de China ha planteado cuestiones insólitas.

El surgimiento de un nuevo imperialismo fuera de la esfera occidental, no es en sí mismo novedoso. Tenemos el caso de Japón, si bien el surgimiento de ese imperialismo estaba dentro de un marco de análisis bastante clásico: la creación de los imperios occidentales aún no se había completado en el noreste de Asia, las grandes potencias luchaban por el control de China y el gobierno japonés podía reaccionar de forma preventiva. En cuanto a la estructura social del país, en lo fundamental parecía similar a la de los países europeos, con el advenimiento del Imperio Meiji (1868-1912) que aseguró la transición del feudalismo tardío al capitalismo moderno, la industrialización acelerada y la constitución de un poderoso Ejército que demostró su valía de forma magistral contra Rusia: por primera vez, una potencia europea fue derrotada por un país asiático, un acontecimiento importante que provocó un terremoto geopolítico[2]… Así pues, Japón fue el último Estado imperialista que se formó en los albores del siglo XX.

La transformación del inmenso Imperio Ruso en un Estado imperialista moderno fracasó, principalmente por las consecuencias de su derrota ante Japón en la Guerra ruso-japonesa (1904-1905). Su capacidad militar se vino abajo, y su flota naval fue destruída en dos tiempos: primero fue la flota basada en Siberia; después, la estacionada en el Mar Báltico, que había sido enviada como refuerzo. En el plano político interno, la debacle tuvo como secuela la revolución de 1905 que marcó el inició de la crisis del régimen zarista. Derrotada en el Este por el nuevo imperialismo japonés y, después, en el Oeste por Alemania durante la Primera Guerra Mundial, Rusia estuvo a punto de convertirse en un Estado dependiente o escindido, destino del que escapó gracias a la revolución de 1917.

Con la formación de los imperios coloniales, casi llegó a completarse una primera división del mundo; a partir de entonces, la cuestión en juego en los conflictos interimperialistas sería poner en cuestión esa partición del mundo.

China en el centro de la globalización capitalista y de las tensiones geopolíticas

A principios del siglo XXI, la China de Xi Jingping se ha consolidado como segunda potencia mundial en el corazón de la globalización capitalista. Se proyecta en todos los continentes y en todos los océanos. Para Xi, «en la era de la globalización económica, la apertura y la integración son una tendencia histórica irreprimible. La construcción de muros o la ruptura de lazos va en contra de las leyes económicas y los principios del mercado». Philip S. Golub señala que «el partido-estado se hace pasar por el campeón del libre comercio y de las finanzas globales», flexibilizando el acceso de los grandes grupos estadounidenses a «ciertos segmentos del mercado de capital nacional (…) y otorgando licencias para operar con filiales 100% en su poder o con participación mayoritaria (…)» para. Para The Economist (5/09/2021), «China está creando oportunidades [que el capital extranjero no esperaba, al menos no tan rápidamente]». La magnitud de laa entradas de capital estadounidense en China es difícil de estimar porque «muchas empresas chinas que emiten acciones tienen filiales en paraísos fiscales». Según un informe publicado por Investment Monitor el 13 de julio de 2021, China tiene más filiales en las Islas Caimán que cualquier otro país ”tras Estados Unidos, Reino Unido y Taiwán»[3].

«Capaz de dictar sus condiciones en las industrias clave», el Estado chino pilota el avión de China, alimentando una vasta red de patrocinio reforzada por la capacidad del partido para imponer una amplia vigilancia de la sociedad. No estamos ante un «socialismo de mercado con características chinas», sino ante un capitalismo de Estado que sí tiene «características chinas»[4]. Desde la India hasta Corea del Sur, en Asia no es nada nuevo que el Estado impulse el desarrollo económico. Bajo diversas formas, muchas oligarquías dominantes combinan el capital privado, el capital militar y el capital estatal. A menudo, el vínculo se realiza a través de las grandes familias propietarias.

La formación social china es el resultado de una larga historia, particularmente compleja y muy heterogénea. Como taller del mundo, su economía sigue dependiendo en parte del capital extranjero y de la importación de componentes o piezas de recambio. Por otro lado, proporciona la base para un desarrollo internacional independiente. En algunos sectores produce tecnologías avanzadas, en otros es incapaz de ponerse al día, como en el caso de los semiconductores. Atraviesa una crisis de sobreproducción (y de la deuda) al estilo capitalista, que está golpeando con fuerza al sector inmobiliario, simbolizado por la casi quiebra del gigante Evergrande[5]. Hasta ahora, todas las predicciones sobre el estallido de la burbuja inmobiliaria han sido desmentidas[6], pero eso no significa que vaya a seguir siendo así. Como señala Romaric Godin, «la suerte aún no está echada para una posible crisis china, pero las contradicciones del capitalismo de Estado en la República Popular parecen ser cada vez más profundas».

A partir de los años 80, los dirigentes chinos prepararon su expansión internacional. De forma discreta con Deng Xiaoping, agresivamente con Xi Jinping. Esta expansión tiene razones económicos internas (encontrar salida a sectores con baja rentabilidad y sobreproducción, como el acero, el cemento o la mano de obra). Tiene profundas raíces culturales: restaurar la centralidad del Imperio Medio, borrar la humillación de la dominación colonial y ofrecer una alternativa global al modelo de civilización occidental. Alimenta un nacionalismo de Gran Potencia que legitima el régimen y su ambición de desafiar la supremacía estadounidense.

Nos encontramos en una situación clásica en la que un gran potencia consolidada (Estados Unidos) se enfrenta a la emergencia de una potencia creciente (China).

Las precondiciones internacionales

¿Cómo se puede conseguir en el umbral del siglo XXI lo que era imposible a principios del siglo XX (la aparición de un nuevo imperialismo)? A riesgo de simplificar, veamos dos períodos.

Tras las revoluciones rusa (1917) y china (1949), la mayor parte de Eurasia escapó de la dominación directa de los imperialismos japonés y occidental, ganando una posición de independencia sin la cual nada de lo que ocurrió después habría sido posible.

Por un lado, tras la derrota internacional de los movimientos revolucionarios en los años 80 y, por otro, tras la desintegración de la URSS, el ala dominante de la burguesía internacional pecó de triunfalismo, pensando que estaba asegurado su dominio indiviso sobre el planeta. Al parecer, no previó que el orden mundial neoliberal que estaba imponiendo podría ser utilizado por Pekín en beneficio propio y con el éxito que conocemos.

Los cambios de China

Los análisis que afirman que la actual política internacional de China no es imperialista se basan en la continuidad del régimen desde 1949 hasta la actualidad, pero esta continuidad es sólo nominal: República Popular (RPC), Partido Comunista (PCC), gran sector económico estatal. Cierto que hay continuidades, sobre todo culturales, entre ellas la larga tradición burocrática del Imperio que embellece los regímenes contemporáneos con una normalidad histórica. Sin embargo, las discontinuidades son mucho mayores, con creces. En efecto, como atestiguan las sucesivas convulsiones de las clases sociales, hubo revolución y contrarrevolución.

La posición del proletariado industrial. Cuando se proclamó la República Popular, el PCC tuvo que reconstruir su base social en los centros urbanos. Para ello, se vinculó a la clase obrera, en un doble sentido: subordinándola y proporcionándole considerables beneficios sociales.

Políticamente, la clase obrera se mantiene bajo el control del partido; no dirige ni la empresa ni el país. Los trabajadores y trabajadoras están asignados a unidades de trabajo, como los funcionarios territoriales en la tradición francesa. No obstante, la clase trabajadora de las nuevas empresas estatales goza de considerables beneficios sociales (empleo de por vida, etc.). Ningún otro estrato social tiene una posición social tan ventajosa, excepto, por supuesto, la burocracia en los órganos de poder político-estatal.

La situación de las mujeres populares. Las dos leyes emblemáticas adoptadas tras la conquista del poder benefician a las mujeres populares: la igualdad de derechos en el matrimonio y una reforma agraria que las incluye[7].

Las antiguas clases dirigentes. Una vez consolidada la República Popular[8] y fuera cual fuera el destino individual de cualquier miembro de las élites chinas, las antiguas clases dominantes (burguesía urbana y alta burguesía rural) se desintegraron.

El régimen maoísta se consolidó mediante una revolución social, nacionalista, antiimperialista y anticapitalista, un proceso de revolución permanente[9]. Tuvo profundas raíces populares, pero no por ello dejó de ser autoritario, moldeado por décadas de guerra. La herencia democrática de las movilizaciones sociales propia de la estrategia de guerra popular siguía viva, pero el partido-estado era el marco en el que se desarrolló el proceso de burocratización. No se trataba del socialismo, sino de una sociedad de transición cuyo resultado no estaba claro[10].

La crisis del régimen maoísta. Todas las contradicciones inherentes al régimen maoísta estallaron durante la mal llamada Revolución Cultural (1966-1969)[11]: una crisis global muy compleja que no es posible resumir aquí, durante la cual la administración y el partido se desmoronaron: sólo el Ejército siguió siendo capaz de intervenir coherentemente a escala nacional. Finalmente, Mao le pidió al Ejército que impusiera una vuelta al orden mediante la represóin, volviéndose contra los Guardias Rojos y los grupos obreros que le apoyaban. En los años 70 preparó el terreno para la dictadura oscurantista de la Banda de los Cuatro, la victoria definitiva de la contrarrevolución burocrática. El resultado catastrófico de la Gran Revolución Cultural Proletaria sancionó la crisis terminal del régimen maoísta y la muerte política de Mao Zedong, diez años antes de su muerte física[12].

La contrarrevolución burocrática creó el caldo de cultivo para la contrarrevolución burguesa, desarticulando las movilizaciones populares y haciendo que la rehabilitación de Deng Xiaoping, superviviente de las purgas de la Revolucion Cultural, apareciera como una vuelta a la cordura. Unos años más tarde, quedó claro que lo que había sido una justificación calumniosa de las purgas en los años 60 se había convertido en una realidad en los 80: Deng encarnó entonces la opción capitalista dentro de la nueva dirección del PCCh.

La contrarrevolución de los años 80. Bajo el impulso de Deng Xiaoping, el ala más clarividente de la burocracia preparó su mutación, su aburguesamiento y la reinserción del país en el mercado mundial capitalista. Para ello, se benefició de unas ventajas excepcionales:

  • En relación a la herencia del régimen maoísta: un país, una industria y una tecnología independientes, una población educada y cualificada…
  • En cuanto a la herencia del periodo colonial: Hong Kong (colonia británica), Macao (colonia portuguesa) y Taiwán (protectorado estadounidense) eran puertas abiertas de par en par al mercado mundial y a las finanzas internacionales, ofreciéndole una pericia en la gestión que no existía en el continente y facilitando las transferencias de tecnologías (siendo Macao un canal ideal para saltarse las legislaciones y regulaciones)…
  • La posibilidad de colaborar con el poderoso capital transnacional chino sobre la base de un sólido compromiso: este último recibe un trato privilegiado en China, mientras que sabe que sólo el gobierno y el PCC pueden garantizar el mantenimiento de la unidad del país-continente.
  • El peso intrínseco de China (su tamaño geográfico y demográfico): un país como Vietnam puede seguir la misma evolución que su vecino, pero no puede reclamar el rango de gran potencia por ello.

La acelerada transformación capitalista de China no se llevó a cabo sin infligir una derrota histórica a las clases trabajadoras durante la represión masiva conocida como Tiananmen en abril de 1989 (afectando a todo el país, no sólo a Pekín)[13]. Una derrota que forma parte de la nueva disposición de las clases sociales.

  • El proletariado. La clase obrera de las empresas estatales se resistió obstinadamente a la intensificación del trabajo exigida por las autoridades, hasta el punto de que, como último recurso, éstas decidieron retirar a una gran parte de ella de la producción, sin dejar de pagarle mediante diversos dispositivos. El éxodo rural permitió la creación de un nuevo proletariado, especialmente en las zonas francas. En aquella época, el 70% eran mujeres y trabajadores chinos indocumentados (en China está prohibido cambiar de residencia sin autorización oficial). Una fuerza de trabajo perfecta para la sobreexplotación que caracterizó el período de acumulación de capital primitivo. La primera generación de la inmigración interior sufrió a la espera de volver al pueblo. La segunda generación luchó por su regularización con el apoyo de numerosas asociaciones.
  • Se invirtió el orden social e ideológico. Las élites intelectuales, hasta entonces en lo más bajo de la jerarquía social, volvieron a ser aduladas. Las mujeres de la clase trabajadora se hicieron invisibles. Deng Xiaoping defendió las virtudes de lq teoría goteo (que supone que el enriquecimiento de unos pocos anuncia el enriquecimiento de todos). El sector económico estatal comenzó a funcionar en simbiosis con el capital privado. China tiene un número récord de multimillonarios, que se encuentran en los órganos de gobierno del PCC.

Gran potencia, imperialismo e interdependencia

No hay ninguna gran potencia capitalista que no sea imperialista. China no es una excepción. Algunos ejemplos.

  • Poner en marcha a su periferia. Gracias al desarrollo de una red de transporte de alta velocidad, el Tíbet se ha convertido en objeto de colonización. En el Turquestán Oriental (Xinjiang), la población uigur de mayoría musulmana está sometida a una serie de medidas que van desde la asimilación forzosa hasta el internamiento masivo, con el objetivo, como mínimo, de un genocidio cultural[14]. El tratado que garantizaba el respeto de los derechos democráticos de la población de Hong Kong cuando se devolviera la colonia («un país, dos sistemas») fue denunciado unilateralmente por Xi Jinping. Tras años de resistencia popular, Pekín ha impuesto su orden represivo, criminalizando a las organizaciones independientes (obligándolas a disolverse) y condenando cualquier disidencia a fuertes penas[15]. El derecho a la autodeterminación, la libertad de los pueblos a la autodeterminación, ya no es una cuestión en el orden del Imperio.
  • Para proteger sus inversiones en la era de las nuevas rutas de la seda y asegurar el acceso al océano Índico (corredores)[16], Pekín no duda en apoyar las peores dictaduras (como en Birmania) y en interferir en los asuntos internos de un país (como en Pakistán).
  • La parálisis temporal de Estados Unidos (empantanado en Oriente Medio) ha permitido a Xi Jinping militarizar todo el Mar de la China Meridional, haciéndose con el control de territorios marítimos pertenecientes a los países limítrofes, desde Filipinas hasta Vietnam. Pekín denuncia (con razón) la política de gran potencia de Estados Unidos en la región, pero no duda en utilizar la abrumadora superioridad de sus fuerzas navales contra sus vecinos.
  • Para asegurar sus vías marítimas (mercantiles o militares), Pekín se apodera de los puertos de muchos países, desde Sri Lanka hasta Grecia, utilizando el arma de la deuda cuando es necesario. Un impago puede permitirle exigir que un territorio portuario se convierta en una concesión china por un periodo de hasta 99 años (¡que era el estatus colonial de Hong Kong!).
  • Al proyectarse internacionalmente, China participa ahora en la creación de zonas de influencia en el Océano Pacífico Sur, reclamando un importante espacio marítimo[17].
  • Estados Unidos fue y sigue siendo la principal potencia imperialista, la principal fuente de militarización, guerras e inestabilidad mundial. Es importante tenerlo en cuenta. No voy a tratar este tema aquí, salvo para señalar que Joseph Biden ha conseguido reorientar la estrategia estadounidense en el gran teatro de operaciones del Indo-Pacífico. Obama quiso hacerlo, pero no lo consiguió[18] al empantanado en Oriente Medio[19]. Hay una continuidad entre la política de Donald Trump y la de Joe Biden[20]. Sin embargo, la política de este último parece ser más coherente que la de Donald Trump[21].

Ante la amenaza estadounidense, el régimen maoísta desarrolló una estrategia defensiva basada en el ejército, la movilización popular y el tamaño del país: un invasor llevaría las de perder. Por otra parte, una gran potencia debe imponerse en los océanos (al igual que, hoy en día, en el espacio y en la inteligencia artificial). La fuerza aeronaval ha sido el primer pivote militar de la política de Xi Jingping, que moviliza los recursos del país para avanzar rápidamente en esos ámbitos.

Con ello, el actual régimen chino participa en la dinámica de militarización del mundo (y, por tanto, en el agravamiento de la crisis climática). En la izquierda, alguna gente habla del derecho de China a exigir su lugar bajo el sol, pero ¿desde cuándo hay que defender los derechos de una potencia y no los de los pueblos?

La tensión entre Washington y Pekín sobre la cuestión de Taiwán está ahora en su punto álgido[22]. Se oponen dos lógicas. La propia de los Estados que se enfrentan en una competencia severa y duradera, y la de la globalización capitalista en la que la interdependencia en términos de tecnologías, cadenas de producción -la cadena de valor-, comercio o finanzas es primordial. La competencia se produce en todos los ámbitos y surgen campos en un mercado y unas finanzas globalizados. Independientemente de las contradicciones a las que se enfrenta actualmente la globalización, la desglobalización capitalista de la economía parece ser un reto. La interdependencia es tal que una guerra no interesa a las clases burguesas ni en China ni en Estados Unidos, pero la tensión es tal que no se puede excluir un deslizamiento con consecuencias explosivas.

La situación es aún más inestable porque tanto el presidente Biden como Xi se enfrentan a una frágil situación interna.

¿Hacia dónde va China? No intentaré responder a esta pregunta, lo dejo para quien esté  más informado que yo. Si todavía fuera el PCCh el que dirigiera el país…, pero ya no es así. Es la camarilla de Xi Jinping. Xi Jinping ha impuesto un cambio de régimen político[23]. Antes, una dirección colegiada permitía preparar el relevo generacional al frente del partido, un factor de estabilidad. Hoy, la facción de Xi Jinping tiene el control exclusivo del poder. Tras las sangrientas purgas y la modificación de la Constitución, puede pretender gobernar de por vida.

También en China, la selección del personal político se está volviendo irracional en relación con los intereses colectivos de las clases dirigentes.

Versión larga del artículo publicado en la revista l‘Anticapitaliste n° 130, noviembre de 2021.

Traducción: viento sur

Notas:

[1] El término imperialismo puede utilizarse en varios contextos históricos. En este caso, se trata de una gran potencia capitalista.

[2] Pierre Rousset, 4 de junio de 2017, » La crise coréenne et la géopolitique en Asie du Nord-Est : du passé au présent http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article41214

[3] Philip S. Golub, «Contre Washington, Pékin mise sur la finance», Le Monde diplomatique, noviembre de 2021, p.13.

[4] Au Loongyu, mai 2014, « What is the nature of capitalism in China ? – On the rise of China and its inherent contradictions », Europe solidaire sans frontieres (ESSF, article 35764) :
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article35764

[5] Véase Romaric Godin, 9 de septiembre de 2021, «Les contradictions du modèle chinois», Mediapart.

[6] Así lo reconoce Paul Krugman en sus propias previsiones en el New York Times del 22 de octubre de 2021.

[7] Por supuesto, el techo de cristal y el patriarcado no desaparecen de la sociedad.

[8] A pesar del calvario de la Guerra de Corea, que comenzó en 1953 y fue un verdadero escenario de desastre para Pekín, cuya prioridad era la reconstrucción del país.

[9] Pierre Rousset, « L’expérience chinoise et la théorie de la révolution permanente », revue L’Anticapitaliste n°126 (mai 2021). Disponible sur ESSF (article 58489), « L’expérience chinoise et la théorie de la révolution permanente » :
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article58489

[10] Por eso es mejor no utilizar la fórmula de sociedad de transición al socialismo.

[11] Se ha generalizado la denominación de todo el periodo 1966-1976 como Revolución Cultural. Esto es confundir en la misma periodización los años de tumulto que precedieron a la represión de 1968-1969, y los de una inestable normalización burocrática.

[12] Pierre Rousset, « La Chine du XXe siècle en révolutions – II – 1949-1969 : crises et transformations sociales en République populaire », ESSF (article 13546) :
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article13546

[13] Véanse, en particular, los dos artículos de Jean-Philippe Béja recogidos en:

http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article46572

[14] Daniel Tanuro, «Xinjiang (China) – Una mirada a la historia del Turquestán Oriental y la geopolítica de Asia Central»:http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article57947

[15] Alain Baron, Le mouvement de 2019 à Hong Kong, et son écrasement http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article59294

[16] Para una visión general de esta cuestión, véase Globalization Monitor, China’s overseas investments in the Belt and Road Era. Una perspectiva popular y medioambiental, agosto de 2021.

[17] Véase, en particular, el mapa que acompaña al artículo de Nathalie Guibert en Le Monde del 10 y 11 de octubre de 2021.

[18] Simon Tisdall, 25 de septiembre de 2016, The Guardian:

https://www.theguardian.com/commentisfree/2016/sep/25/obama-failed-asian-pivot-china-ascendan

[19] Biden se apoya especialmente en Israel, Arabia Saudí y Egipto para «vigilar» esta región del mundo.

[20] Dianne Feeley, «The foreign policy of the Biden administration», The Anticapitalist:

https://lanticapitaliste.org/actualite/international/la-politique-etrangere-de-ladministration-biden

[21] Dan La Botz, 13 de octubre de 2021, «Biden focuses foreign policy on China», The Anticapitalist:

https://lanticapitaliste.org/actualite/international/aux-usa-biden-concentre-sa-politique-etrangere-sur-la-chine

[22] Brian Hioe, 4 de noviembre de 2021 «Caught Between the Two Superpowers. Taiwán en medio de la rivalidad de grandes potencias entre Estados Unidos y China», Spectrum:

https://spectrejournal.com/caught-between-the-two-superpowers/

[23] Au Loongyu, Pierre Rousset, 22 octobre 2017 , « Le 19e congrès du Parti communiste chinois – La modernisation par une bureaucratie prémoderne », ESSF (article 42298) :
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article42298

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