El 17% de los votos obtenidos por Javier Milei en la Ciudad de Buenos Aires no fue lo único que hizo noticia al candidato «libertario» en la jornada electoral. Erigido mediáticamente como uno de los principales protagonistas del día, su acto y búnker en el Luna Park se llevó la atención de las cámaras no sólo por los resultados, sino también por las excentricidades, polémicas, simbologías y discursos que empiezan a conformar más nítidamente el perfil de este nuevo sector político en nuestro país.
Pero no es nada nuevo si se lo enmarca en el contexto político internacional. Entre los asistentes, las banderas, los símbolos y hasta el «incidente del custodio», el acto de Milei en el Luna Park demostró que esta formación política ya ni siquiera se caracteriza en primer lugar por el liberalismo económico, el cual sólo es un aspecto de la cuestión. Con la experiencia internacional de Trump y Bolsonaro, lo más preciso sería definirlo como un populismo de derecha.
No es que sea algo que hayamos descubierto el domingo. La alianza del sector de Milei con grupos fascistoides y nacionalistas ya viene de largo tiempo atrás, a pesar de que el candidato se enoje cada vez que lo relacionen con alguno de esos grupos o ideologías. Si tanto le enoja que lo relacionen al fascismo, podría no haberse aliado al partido NOS, del facho y ex carapintada de Gómez Centurión, ni llevar como segunda candidata a la defensora de genocidas y torturadores Victoria Villaruel, o apoyar de manera explícita a los franquistas de Vox en España. Y podríamos seguir.
Pero el domingo se terminaron de condensar todas esas características con el acto en el Luna Park y la entrada oficial al juego de la «política institucional» por parte de Milei y su lista, con toda la exposición social y mediática que ello implica. El Canal Crónica TV lo definió con su estilo característico: «Milei ya es parte de la casta».
Un Trump criollo (y más devaluado que el peso)
Cuando decimos que el liberalismo económico queda relegado a un segundo plano, nos referimos a que el discurso, la simbología y el mensaje político adquieren características que podríamos sintetizar como «trumpistas»: el discurso liberal en lo económico no sólo se entremezcla sino que incluso se diluye entre el nacionalismo, conservadurismo, mesianismo y violencia fascistoide. Y armas.
Para muestra basta un botón: una de las imágenes que se viralizaron el domingo fue una entrevista a un asistente al acto de Milei que portaba la bandera del bando confederado durante la Guerra de Secesión de EE.UU. Ante la pregunta del periodista sobre qué pensaba acerca de que muchos calificaban de nazis a quienes reivindicaban esa bandera, el joven contestó: «prefiero que me digan nazi a terrorista montonero de los ’70». A confesión de parte, relevo de pruebas.
Símbolo del esclavismo y el racismo, reivindicada por grupos neo-nazis y hasta por el Ku Klux Klan, la bandera confederada fue una fija en todos los actos del ex Presidente Donald Trump. Y es uno de los símbolos predilectos de los grupos nazis estadounidenses. No fue un caso aislado: durante el acto de Milei, una parte del público vociferó la consigna «basta de negros». Desde el escenario nadie se escandalizó.
Y si tratan de despegarse del símbolo esclavista, la bandera de Gadsen no es para menos: el fondo amarillo que muestra una serpiente de cascabel con la leyenda Don’t tread on me («no me pises»), quizás el símbolo por excelencia de los «libertarios». Su significado original refiere al rechazo a la «intromisión del Estado» en favor de los «individuos» en la Guerra de Independencia. Cuánto de verdad tiene que su posición es la de la «libertad» queda claro con la trayectoria del propio Gadsen, uno de los más grandes traficantes de esclavos negros de la época.
Con el tiempo la bandera también fue apropiada por grupos de ultra derecha ligados a ideologías de odio, supremacistas blancos y grupos nazis, a medida que unos y otros fueron confluyendo políticamente. La bandera de Gadsen flameó recurrentemente junto a banderas confederadas y nazis en las marchas trumpistas. Así fue en la marcha «Unite de Right» de Charlottesville en 2017, así fue en la toma del Capitolio en enero de este año.
Pero el «trumpismo latinoamericano» ensayado por Milei no vive sólo en los símbolos, sino incluso en la construcción de su propia figura. Al igual que los seguidores de Trump, Milei quiere ser aquel «líder carismático» típico de los populismos. Figuras que, paradójicamente, el liberalismo clásico siempre rechazó, concibiendo que detrás de la figura del «líder» se esconde el autoritarismo.
La retórica de la «libertad» convive pacíficamente con el odio de clase y racial. «Basta de negros» coreaban en el Luna Park, «libertad» gritaban minutos después. Su «libertad» es para los que la merecen, las «personas bien» que no pasan ninguna necesidad, ni siquiera la de tener que trabajar.
El propio Trump es visto para sus seguidores más acérrimos como una especie de «mesías» que vendría a salvar el país, llegando a retratarlo bajando del cielo en banderas e imágenes en internet. En su versión más conspiranoica y delirante, a principios de noviembre cientos de activistas de la agrupación Qanon llegaron a concentrarse en Dallas a esperar la resurrección (sic) de John Kennedy Jr., en el lugar en que asesinaron a su padre. JFK Jr. falleció en 1999, pero según este grupo de trumpistas conspiranoicos de ultraderecha está destinado a volver de la muerte para ser compañero de fórmula de Donald Trump en 2024. Las banderas con el nombre y el rostro de Trump flameaban mientras esperaban el milagro.
Aunque aun no hemos alcanzado semejantes niveles de disociación de la realidad por parte de los seguidores de Milei, el fanatismo por su líder, referenciado en la figura de un león y apoyándose en su supuesta «superioridad estética y moral» va camino a convertirse en una especie de liderazgo espiritual, mesiánico y delirante.
Tanto es así que hasta uno de sus colaboradores y (ex) amigo en los últimos años ha salido a criticarlo duramente en este sentido, acusándolo de estar conformando un movimiento «mesiánico» y «autoritario» que nada tendría que ver con el liberalismo. Incluso llegó a compararlo con Hitler y Stalin.
Se trata de Diego Giacomini, también economista de corte liberal que ha co-escrito numerosos libros junto a Milei en el pasado, pero que ahora lo critica por haberse integrado a «la casta política» y por «estar rodeado de gente que sólo quiere un cargo en el Estado». Respecto al tema del misticismo, Giacomini «no niega» que Milei tenga una «vidente» personal que supuestamente habla con Dios y que el ahora diputado nacional electo consulta frecuentemente para conocer el futuro.
Otro aspecto típico de los populismos de derecha tiene que ver con la apología y la ideología de las armas. Es sabido que Milei y sus seguidores se han manifestado en reiteradas ocasiones a favor del libre armamento de la población. Aun así nadie se esperaba que en pleno acto en un día de elecciones, un custodio se apareciera armado en medio del escenario amenazando con desenfundar su arma de fuego contra uno de los asistentes (que resultó ser otro candidato de la lista). Aunque Milei tuvo que salir a despegarse del accionar del custodio, sus seguidores lo defendieron en las redes sociales manifestando que «solo estaba haciendo su trabajo». Por supuesto, ni se les pasa por la cabeza la gravedad de naturalizar el uso de armas de fuego en un acto político en plena democracia.
La cosa no terminó allí. El encargado de decir lo que realmente piensan fue Carlos Maslatón, empresario financiero devenido en influencer liberal e inagotable fuente de memes en las redes, además de frecuente orador en los actos de Milei. Presente en el escenario del Luna Park, a propósito del incidente del custodio, Maslatón defendió que la militancia liberal debe andar armada y llamó a conformar poco menos que bandas de militantes armados. Por si a alguien le quedaban dudas de que son todos una manga de fascistas.
En resumen, el acto en el Luna Park viene a cristalizar un proceso de «trumpización» populista de algo que comenzó más nítidamente a partir del discurso liberal en materia económica. El mensaje sobre la baja de impuestos y el achicamiento del Estado cada vez más va dejando lugar a discursos de otro tenor, más centrado en «aplastar a los zurdos», en el «miedo» que tiene «la casta» y en la supuesta «superioridad estética y moral» que Milei y sus seguidores encarnarían. Si no son nazis, van camino a serlo.